toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración
te confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo lo que he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia,
mi voluntad, mi corazón.
Deposito en tus manos mi libertad;
mis ansias y mis temores;
mis esperanzas y mis deseos;
mis tristezas y mis alegrías.
Custodia mi vida y todos mis actos
para que le sea más fiel al Señor
y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María! mi cuerpo y mis sentidos
para que se conserven puros
y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te confío mi alma
para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad
igual a la tuya:
Hazme conforme a Cristo,
ideal de mi vida.
Te confío mi entusiasmo
y el ardor de mi juventud,
para que Tú me ayudes a no envejecer en la fe.
Te confío mi capacidad y deseos de amar,
enséñame y ayúdame a amar
como Tú has amado y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mis incertidumbres y angustias,
para que en tu corazón yo encuentre
seguridad, sostén y luz,
en cada instante de mi vida.
Con esta consagración
me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios
que esta elección comporta,
y te prometo, con la gracia de Dios
y con tu ayuda,
ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida
y de mi conducta
dispón de mí y de todo lo que me pertenece,
para que camine siempre junto al Señor
bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María!
soy todo tuyo
y todo lo que poseo te pertenece
ahora y siempre.
Amen
Carta Circular a los Amigos de la Cruz - San Luis María Grignion de Montfort
PRESENTACION
Dos capítulos había dedicado el autor en ASE (13 y 14) a presentar la cruz como el grito y encarnación suprema del amor de Dios en Cristo Sabiduría encarnada a los hombres de todos los tiempos. Un capítulo más (el 16) de la misma obra, presentaba la cruz, bajo el aspecto de "mortificación universal" (hoy diríamos seguramente "disponibilidad", "entrenamiento", "esfuerzo de superación...") como uno de los grandes medios para alcanzar la Sabiduría. El número 100 de ASE, insistía incluso en que la cruz es un regalo de la Sabiduría a sus predilectos...
La presente "Carta Circular" sobre el tema va dirigida a un grupo de cristianos que se habían asociado bajo la dirección del misionero, en la ciudad de La Rochelle, con el nombre de Amigos de la Cruz. Era uno de tantos grupos que el misionero dejaba en los lugares donde misionaba para prolongar el fruto de su ministerio e integrar al laicado en la labor apostólica...
La segunda parte del pequeño escrito comenta a Mt 16,24: "Quien quiera seguirme que se niegue a sí, cargue con su cruz y me siga", y convierte esa consigna de Jesús en un programa de vida cristiana en seguimiento del Maestro. Porque "la Sabiduría (Cristo) es la Cruz y la Cruz es la Sabiduría" (ASE 180).
SALUDO INICIAL DE MONTFORT
1. ¡Queridos amigos de la Cruz! La Cruz del Señor me mantiene oculto y me prohibe dirigirles la palabra. Por ello, no puedo ni quiero hablarles de vida voz para comunicarles los sentimientos de mi corazón acerca de la excelencia de la Cruz y de las prácticas maravillosas de su Asociación en la Cruz admirable de Jesucristo.
Sin embargo, hoy, último día de mis ejercicios espirituales, salgo, por decirlo así, del delicioso retiro de mi alma, para trazar sobre el papel algunos dardos de la Cruz, que penetren hasta el fondo de sus almas. ¡Ojalá para afilarlos sólo hiciera falta la sangre de mis venas, en lugar de la tinta de mi pluma! Pero, ¡ay!, aunque mi sangre fuera necesaria, es demasiado criminal. Que el Espíritu de Dios vivo sea, entonces, el aliento, la fuerza y el contenido de estas líneas. Que la unción divina del Espíritu sea la tinta con que escribo; la Cruz adorable, mi pluma; sus corazones, el papel.
PRIMERA PARTE
EXCELENCIA DE LA ASOCIACION DE LOS AMIGOS DE LA CRUZ
2. Ustedes se hallan vigorosamente unidos como verdaderos cruzados, para combatir al pecado. No huyen cobardemente del mundo por temor a la derrota. Más bien se comprometen como intrépidos y valerosos soldados en el campo de batalla, sin retroceder un solo paso ni huir cobardemente. ¡Ánimo! ¡Luchen con valor!
Únanse fuertemente de espíritu y de corazón. Pues su Asociación es mil veces más sólida y terrible contra el pecado y contra el infierno de lo que serían los ejércitos de un reino fuertemente unido contra los enemigos del estado.
Los demonios se conjuran para arrastrarlos a ustedes a la perdición: ¡únanse para derrotarlos! Los avaros se juntan para negociar y amontonar oro y plata: ¡unan ustedes sus esfuerzos para conquistar los tesoros de la eternidad, ocultos en la Cruz! Los libertinos se asocian para divertirse: ¡únanse ustedes para caminar en pos de Jesús crucificado!
A - Excelencia del nombre de AMIGOS DE LA CRUZ
3. Su nombre es AMIGOS DE LA CRUZ. ¡Qué nombre tan glorioso! Les confieso que me encanta y me cautiva: es más brillante que el sol, más encumbrado que los mayores títulos de reyes y emperadores. Es el nombre excelso de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Es el verdadero nombre de un cristiano de verdad (ver Gal 6,14).
4. Pero, si su excelencia me cautiva, también su grandeza me anonada. ¡Qué compromiso tan serio y difícil conlleva este nombre! Bien lo expresa el Espíritu santo, al decir: "Ustedes son una raza elegida, un reino sacerdotal, una nación consagrada, un pueblo al que Dios eligió..." (1Pe 2,9).
Un Amigo de la Cruz es alguien a quien Dios elige entre diez mil personas que viven conforme a sus sentidos y caprichos. Es alguien a quien Dios hace partícipe de su misma vida y que, superándose a sí mismo y luchando contra los intereses terrenos, vive su existencia a la luz de una fe viva y con amor ardiente a la Cruz.
El Amigo de la Cruz es un rey poderoso, un héroe que triunfa sobre el demonio, el mundo y la carne en sus tres concupiscencias. Efectivamente, al amar la pobreza, triunfa sobre la avaricia; al amar el sufrimiento, domina la sensualidad.
El Amigo de la Cruz es un hombre santo que trasciende todo lo visible. Su corazón se eleva sobre lo caduco y perecedero. Su conversación está en los cielos (Flp 3,20). Vive en esta tierra como extranjero y peregrino (1Pe 2,11), y, sin apegarse a ella, la mira con indiferencia y la pisotea con desdén.
El Amigo de la Cruz es una conquista excepcional de Jesús crucificado y de su Madre santísima. Es un Benjamín hijo del dolor y de la diestra (Gn 35,18), concebido en el corazón doliente de Jesús, nacido de su costado lacerado y empapado en la púrpura de su sangre (Jn 19,34). Hace honor a su origen sangriento y por ello sólo respira cruz, sangre y muerte a lo mundano, a lo carnal y pecaminoso (Rm 6,2.20; 1Pe 2,24...), a fin de vivir en la tierra oculto en Dios con Jesucristo (Cl 3,3).
Finalmente, el verdadero Amigo de la Cruz es un verdadero portacristo o mejor, un Cristo viviente, que puede decir con toda verdad: "Ya no vivo yo: Cristo vive en mí" (Gl 2,20).
5. ¿Corresponden sus obras, queridos Amigos de la Cruz, a lo que significa su grandioso nombre? ¿Tienen, al menos, deseo sincero y voluntad resuelta de lograr ese ideal con la gracia de Dios a la sombra de la Cruz del Calvario y de la Virgen Dolorosa? ¿Utilizan los medios para lograrlo? ¿Avanzan por la verdadera senda de la vida (Pr 6,23), que es la estrecha y espinosa senda del Calvario? ¿No estarán caminando sin darse cuenta por la senda anchurosa del pecado, que conduce a la perdición? (Mt 7,13-14). ¿Se acuerdan de que "hay un camino que le parece recto a uno, pero en fin de cuentas conduce a la muerte"? (Pr 14,28).
6. ¿Saben discernir con claridad entre la voz de Dios y de su gracia y la voz del mundo y de la naturaleza? ¿Perciben con nitidez la voz de Dios, que como Padre cariñoso, luego de lanzar una triple maldición contra quienes siguen las concupiscencias pecaminosas [¡Ay, ay, ay! ¡Pobres los habitantes de la tierra! (Ap 8,13)], les dice a Uds. mientras les tiende los brazos con amor: "Pueblo mío... aléjense, apártense, escogidos míos, Amigos de la Cruz de mi Hijo; apártense de los mundanos a quienes mi Majestad detesta, a quienes mi Hijo rechaza (Jn 16,8-11) y mi Espíritu Santo condena?".
"¡Cuidado con sentarse en su trono de perdición, con participar en sus asambleas y hasta con detenerse en sus caminos! (Sl 1,1). ¡Huyan de la populosa e infame Babilonia! (Is 48,20; Jr 50,18; 51,6.9.45...). ¡Escuchen solamente la voz de mi querido Hijo y sigan sus huellas! Se lo he dado a ustedes para que sea su Camino, Verdad, Vida (Jn 14,6) y Modelo: ¡Escúchenlo! (Mc 9,7). Oigan la voz del amable Jesús que cargado con su cruz, les dice: "¡Síganme! El que me sigue no camina en tinieblas (Jn 8,12). ¡Ánimo, yo he vencido al mundo!" (Jn 8,20).
B - Los dos bandos
7. Ahí tienen, queridos Amigos, los dos bandos (Jn 16,33), con que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del pecado.
A la derecha (Mt 6,24), el de nuestro amable Salvador. Avanza por un camino más estrecho y reducido que nunca, a causa de la corrupción del mundo. El divino Maestro encabeza el desfile. Avanza con los pies descalzos, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo ensangrentado. Lleva a cuestas una pesada cruz. Sólo le sigue un puñado de personas; eso sí, las más valientes. Porque la voz de Jesús es tan suave que no se la puede escuchar en medio del tumulto del mundo o porque hace falta el valor necesario para seguirlo en la pobreza, los dolores, las humillaciones y demás cruces que es preciso llevar para servir al Señor todos los días.
8. A la izquierda, el bando del pecado o del demonio (Mt 25,33). Bando mucho más numeroso, espléndido y vistoso, al menos en apariencia. Lo más selecto del mundo corre hacia él. Las gentes se apretujan, aunque los caminos son anchos y más espaciosos que nunca, porque las multitudes transitan por ellos como torrentes. Sus senderos están tapizados de flores, bordeados de diversiones y placeres, cubiertos de oro y plata (Mt 7,13-14).
9. A la derecha, el 'pequeño rebaño' (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo: habla sólo de lágrimas, penitencia, oración y desprecio a lo mundano. Se oyen allí continuamente palabras como éstas entrecortadas por sollozos: "Suframos, gimamos, ayunemos, oremos, ocultémonos, vivamos como pobres, mortifiquémonos (Jn 16,20). Pues, quien no posee el espíritu de Jesucristo –que es espíritu de Cruz– no puede pertenecerle a él (Rm 8,9). 'Los que pertenecen a Jesucristo tienen crucificada su carne con sus pasiones y deseos' (Gal 5,24). O somos imagen viviente de Jesucristo o nos perdemos.
"¡Ánimo! –gritan– "¡Ánimo! Si Dios está por nosotros, en nosotros y avanza delante de nosotros, ¿quién puede esta en contra nuestra? (ver Rm 8,31). Quien pertenece a los nuestros es más poderoso que quien sigue lo mundano. Un criado no es más que su señor (Jn 13,16; 15,20). Una momentánea y ligera tribulación produce un peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los elegidos es menor de lo que pensamos (Mt 20,26); Lc 13,23.24). Solamente los valientes y esforzados arrebatan el cielo (Mt 11,12). Un atleta no recibe el premio, si no compite conforme al reglamento (2Tm 2,5). ¡Luchemos, pues, con valentía! ¡Corramos a toda prisa para alcanzar la meta y ganar la corona" (1Cor 5,24-25).
Estas son algunas de las ardorosas palabras con que se animan unos a otros los Amigos de la Cruz!
10. En cambio, los amigos de lo mundano, gritan sin descanso para animarse a perseverar en su malicia sin escrúpulos: "¡Buena paz, paz, paz! (Jr 6,14; 8,11). ¡Alegría, alegría! (Is 22,12; Mt 24,27-39). ¡Cantemos, bailemos, divirtámonos! Dios es bondadoso y no nos creó para la condenación ni prohibe divertirnos! No nos vamos a condenar por esto. ¡Fuera escrúpulos! ¡No morirán!, etc." (Gn 3,4).
11. Recuerden, queridos asociados, que el buen Jesús les está mirando, y le dice a cada uno en particular: "Miren: casi todos me abandonan en el camino real de la Cruz. Los idólatras, enceguecidos, se burlan de mi Cruz como de una locura; los judíos, en su obstinación, se escandalizan de ella (1Cor 1,23), como objeto horrorizante; los herejes la destrozan y derriban como cosa despreciable.
"Más aún –y esto lo digo con lágrimas en los ojos y el corazón traspasado de dolor– mis propios hijos, criados a mis pechos y formados en mi escuela, mis propios miembros vivificados por mi Espíritu, me han abandonado y despreciado, convirtiéndose en enemigos de mi Cruz (Is 1,2; Flp 3,18). ¿Acaso ustedes también quieren dejarme (Jn 6,68), huyendo de mi Cruz, como los mundanos que en esto son otros tantos anticristos? (Ya han venido varios anticristos [1Jn 2,18]). ¿Quieren también ustedes conformarse a la corriente del mundo en que vivimos (Rm 12,2) y menospreciar la pobreza de mi Cruz, para correr en pos de las riquezas? ¿Quieren esquivar los dolores de mi Cruz para correr detrás de los placeres? ¿Odian las humillaciones de la Cruz para irse detrás de los honores?
"Aparentemente tengo muchos amigos que declaran amarme, pero que en el fondo me aborrecen, porque no aman mi Cruz. Tengo muchos amigos de mi mesa, pero muy pocos de mi Cruz" (Imitación de Cristo, II, c 2, n 1).
12. Ante llamada tan cariñosa de Jesucristo, superémonos a nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por nuestros sentidos, como Eva (Gn 3,6). Miremos sólo a Jesús crucificado, autor y consumador de nuestra fe (Heb 12,2). Huyamos de la corrupción de las concupiscencias del mundo depravado (2Pe 1,4). Amemos a Jesucristo como él se lo merece, es decir, llevando en su seguimiento toda clase de cruces. Meditemos detenidamente estas admirables palabras de nuestro amable Maestro: encierran toda la perfección de la vida cristiana.
SEGUNDA PARTE PRACTICAS DE LA PERFECCION CRISTIANA
13. En efecto, la perfección cristiana consiste:
1 - en aspirar a la santidad: el que quiera venirse conmigo
2 - en dominarse: que se niegue a sí mismo,
3 - en padecer: que cargue con su cruz cada día
4 - en comprometerse con Jesucristo: y me siga" (ver Mt 16,24).
1º - Aspirar a la santidad: el que quiera venirse conmigo
14. El que quiera... No los que quieran, para indicar el reducido número de los elegidos (Mt 20,16; Lc 13,23), que quieren asemejarse a Jesucristo cargado con su Cruz. Es, en verdad, tan reducido que si lo conociéramos, quedaríamos consternados de dolor.
Es tan reducido que apenas si hay uno entre diez mil.
Así le fue revelado a varios santos –entre otros a san Simeón Estilita– según refiere el santo Abad Nilo, siguiendo a san Efrén, san Basilio y otros.
Es tan pequeño que, si Dios quisiera reunirlos, tendría que gritarles, como en otro tiempo por boca de un profeta: "Reúnanse uno por uno (Mt 27,12); uno de esta provincia, otro de aquella nación".
15. El que quiera... El que tenga voluntad sincera, voluntad firme y resuelta. Y esto, no por instinto natural, por rutina, egoísmo, interés o respeto humano, sino por la gracia triunfal del Espíritu santo, que no se comunica a todos: No a todos ha sido dado conocer el misterio (Mc 4,11; Mt 13,11).
El conocimiento experimental del misterio de la Cruz se comunica sólo a muy pocos. Pues, para que alguien suba al Calvario y se deje crucificar con Jesucristo, en medio de los suyos, es necesario que sea todo un valiente, un hombre resuelto y amigo de Dios, pronto a hacer trizas al mundo y al infierno, a su cuerpo y a su voluntad egoísta; un hombre decidido a sacrificarlo todo, a emprenderlo todo y padecerlo por Jesucristo.
Sepan, queridos Amigos de la Cruz, que aquellos de entre ustedes que no tengan una determinación así, andan sólo con un pie, vuelan sólo con un ala y no son dignos de permanecer en medio de ustedes (2Mac 1,3). Una voluntad a medias –lo mismo que una oveja sarnosa– basta para contagiar a todo el rebaño. Si alguna de éstas ha entrado en el redil, por la falsa puerta de lo mundano, échenla fuera en nombre de Jesús crucificado, como se echa al lobo de entre las ovejas (Mt 7,15; Jn 10,1).
16. El que quiera venirse conmigo... que me humillé y anonadé (Flp 2,6-8) de tal manera que parezco más un gusano que un hombre (Sl 21,7), que vine al mundo (Heb 10,7.99; Sl 34,8) sólo para abrazar la Cruz y enarbolarla sobre mi corazón (Sl 39,9), para amarla desde mi juventud (Sab 8,2), suspirar por ella durante toda mi vida (Lc 12,50), cargar con ella alegremente prefiriéndola a todos los goces y delicias del cielo y de la tierra (Heb 12,2), y que, finalmente, no alcancé la plenitud del gozo sino cuando pude morir en sus brazos divinos.
2º - Dominarse: Que se niegue a sí mismo
17. El que quiera, pues, venirse conmigo, anonadado y crucificado de ese modo, debe a imitación mía, gloriarse sólo en las promesas, las humillaciones y padecimientos de mi Cruz: que se niegue a sí mismo.
¡Lejos de la compañía de los Amigos de la Cruz, los que sufren con actitud orgullosa! ¡Lejos, esos célebres sabios de este siglo, esos genios poderosos y agudos intelectuales, hinchados y engreídos de sus propias luces y talentos! ¡Lejos, esos hábiles charlatanes, que arman mucho ruido, sin otro fruto que la vanidad! ¡Lejos, esos devotos orgullosos, que hacen resonar por todas partes el 'en cuanto a mí' de Lucifer, el orgulloso: no soy como los demás (Lc 18,11), y no pueden soportar que los censuren, sin excusarse; que los ataquen, sin defenderse; que los humillen, sin ensalzarse!
¡Mucho cuidado! ¡Nada de admitir en sus filas a esas personas delicadas y sensuales que rehuyen hasta la menor molestia, que maldicen y se quejan ante el dolor más insignificante, que jamás han experimentado instrumentos de penitencia y que mezclan sus devociones, hechas a la moda, con la más solapada y refinada sensualidad y falta de mortificación.
3º - Padecer: que cargue con su cruz
18. Con su cruz. ¡Sí, con su propia cruz! No con la del vecino. Que ese hombre y esa mujer excepcionales –que toda la tierra no alcanza a pagar (Pr 31,10)– tomen con alegría, abracen con entusiasmo y lleven en sus hombros con valentía su propia cruz y no la de los demás:
* la cruz, que mi sabiduría le fabricó con número, peso y medida (Ef 3,18);
* la cruz, cuyas dimensiones –espesor, longitud, anchura y profundidad– tracé por mi propia mano con perfección extraordinaria;
* la cruz, que les he labrado con un trozo de la que llevé al Calvario, como fruto del amor infinito que le tengo;
* la cruz, que es el mejor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este mundo;
* la cruz, constituida en cuanto a su espesor, por la pérdida de sus bienes, las humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades espirituales, que –por permiso mío– les sobrevendrán día tras día hasta la muerte;
* la cruz, constituida en cuanto a su longitud, por una serie de meses o días en que se verán abrumados de calumnias, postrados en un lecho, reducidos a mendicidad, víctimas de tentaciones, abandonos y otras congojas interiores;
* la cruz, conformada en cuanto a su anchura, por el trato más duro y amargo de parte de sus amigos, servidores o familiares;
* la cruz, conformada, por último, en cuanto a su profundidad, por las penas más ocultas con que les atormentaré, sin que logren hallar consuelo en las criaturas, las cuales, por orden mía, les volverán la espalda y se unirán a mí para hacerles sufrir.
19. ¡Que cargue con su cruz! Que no la lleve arrastrando, ni la rechace, ni la recorte, ni la esconda. En otras palabras: que la lleve en alto, sin impaciencia , sin quejas ni críticas voluntarias, sin mediastintas ni componendas, sin avergonzarse ni ceder al respeto humano.
Que la estampe sobre su frente, diciendo con san Pablo: "Dios me libre de gloriarme más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gal 5,14), mi Maestro.
Que la lleve a cuestas, a ejemplo de Jesucristo, para que sea el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio (Is 9,6.7).
Por último, que la enarbole en su corazón por el amor, para que se convierta en zarza encendida que arda sin consumirse noche y día en el amor puro de Dios (Ex 3,2).
20. Que cargue con su cruz, porque nada es:
1) tan necesario;
2) tan útil;
3) tan dulce;
4) ni tan glorioso, como padecer por Jesucristo (Hch 5,41).
1) Nada tan necesario como padecer por Jesucristo
a) para los pecadores...
1. Efectivamente, queridos, Amigos de la Cruz, todos ustedes son pecadores. No hay entre ustedes quien no merezca el infierno. En cuanto a mí, lo merezco como nadie. Nuestros pecados tienen que ser castigados en este mundo o en el otro. Si Dios los castiga en este mundo y de acuerdo con nosotros, el castigo será amoroso. En efecto, nos castiga su misericordia, que reina en este mundo, y no el rigor de su justicia; el castigo que nos imponga será leve y pasajero, acompañado de dulzura y méritos y de recompensas, en este mundo y para la eternidad.
22. Pero, si el castigo que merecen nuestros pecados queda reservado para el otro mundo, la justicia inexorable de Dios, que lo pasa todo a sangre y fuego, ejecutará la condena. ¡Castigo espantoso! (Heb 10,31), inenarrable, incomprensible! (Sl 69,11). ¡Castigo sin misericordia (St 2,13), sin compasión, sin alivio, méritos, ni fin! ¡Sí, castigo sin fin! Ese pecado mortal que en un instante cometieron, ese mal pensamiento que escapó a su conocimiento (2Cor 4,4; Sl 18,13), aquella palabra que se llevó el viento, aquella acción insignificante y de tan corta duración contra la ley de Dios, serán castigados por toda la eternidad, mientras Dios sea Dios, con los demonios en el infierno, sin que el Señor de las venganzas se apiade de tan espantosos tormentos, de sus sollozos y lágrimas, capaces de romper los peñascos! ¡Sufrir para siempre, sin mérito alguno, sin misericordia ni término!
23. ¿Pensamos en ello, queridos hermanos y hermanas, cuando padecemos algún dolor en este mundo? ¡Qué suerte la nuestra! ¡Poder cambiar en forma tan ventajosa una pena eterna e infructuosa por una pasajera y meritoria, al llevar con paciencia nuestra cruz! ¡Cuántas penas nos quedan por saldar! ¡Cuántos pecados hemos cometidos! Para expiar por ellos –aún después de una verdadera contrición y de una confesión sincera– tendremos que padecer en el purgatorio durante siglos y siglos por habernos contentado en este mundo con penitencias insignificantes. ¡Cancelemos, entonces, por amor, nuestras deudas en esta vida, llevando bien nuestras cruces!
En la otra vida habrá que pagarlo todo con estricta justicia, hasta el último céntimo (Mt 5,26), hasta la menor palabra ociosa (Mt 19,36). Si logramos arrebatar al demonio el diario (Cl 2,14) de muerte en que tiene anotados todos nuestros pecados y el castigo que merecen, ¡qué debe tan enorme encontraremos! Y qué felices nos sentiremos de poder padecer aquí años enteros, antes que sufrir un solo día en otro mundo!
b) ... para los amigos de Dios...
24. ¿No se sienten felices, Amigos de la Cruz, de ser amigos de Dios o de tratar de serlo? ¡Decídanse, entonces, a apurar el cáliz que es forzoso beber para llegar a ser amigos de Dios! Benjamín, el predilecto, halló la copa, mientras que sus hermanos sólo encontraron el trigo (Gn 44,12) El discípulo amado de Jesucristo llegó a poseer su corazón, subió al Calvario y participó de su cáliz (Mc 10,38; Mt 20,22). Es cosa excelente anhelar la gloria de Dios, pero desearla y pedirla, sin decidirse a padecerlo todo, es una locura, una petición extravagante...
¡Sí! Es necesario, es indispensable. No hay otro camino para entrar en el reino de Dios que pasar por muchas tribulaciones y cruces (Hch 14,21).
c) ... para los hijos de Dios...
25. Ustedes se glorían, y con razón, de ser hijos de Dios. Gloríense asimismo de los azotes que este Padre bondadoso les propina ahora y de los que les dará en el futuro, porque él; corrige a todos sus hijos (Pr 3,11.12; Heb 12,5-8; Ap 3,19). Si no son del número de sus hijos predilectos, ¡qué desgracia!, ¡qué maldición! Porque ello significa que pertenecen al número de los réprobos, como dice san Agustín. Quien añade que "el que no gime en este mundo como peregrino y extranjero no podrá alegrarse en el otro como ciudadano del cielo". Si Dios Padre no les envía de tiempo en tiempo alguna tribulación importante, ello quiere decir que ya no se interesa por ustedes, que, enfadado, los considera sólo como extranjeros y ajenos a su familia o como hijos que no merecen participar en la herencia paterna (Heb 12,8) y son indignos de su solicitud y correcciones.
d) ... para los discípulos de un Dios crucificado...
26. Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado, el misterio de la cruz lo desconocen los no judíos, lo rechazan los judíos (1Cor 1,23) y lo menosprecian los herejes y malos cristianos. Y, sin embargo, es el misterio maravilloso que ustedes tienen que aprender en la práctica, en la escuela de Jesús crucificado y que sólo allí lograrán aprender. En vano irán a buscar en las academias de la antigüedad un filósofo que lo haya enseñado. En vano irán a consultar la luz de los sentidos y de la razón. ¡Sólo Jesucristo, con su gracia triunfadora, puede enseñarles y darles a gustar este misterio!
Adiéstrense, pues, en esta ciencia supereminente, bajo la guía de tan excelente Maestro. Que así llegarán a dominar todas las ciencias, ya que ésta las encierra a todas en grado sumo. Ella constituye nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa. Es nuestra piedra filosofal que, gracias a la paciencia, cambiará en preciosos los metales más ordinarios; los dolores más atroces, en delicias; la pobreza, en riqueza y en gloria las humillaciones más profundas. Aquel de entre ustedes que sepa llevar mejor su cruz, aunque sea un analfabeto, es el más sabio de todos.
Oigan al gran san Pablo que al regresar del tercer cielo, donde había aprendido los misterios ocultos incluso a los ángeles, exclama que no sabe ni quiere saber nada diferente de Jesús crucificado (1Cor 2,2).
¡Alégrate, pues, tú, pobre ignorante, y tú, humilde mujer sin talento ni letras...! ¡Si sabes sufrir con alegría, sabes más que cualquier doctorado que no sepa sufrir tan bien como tú lo haces! (Mt 11,25; Lc 10,21).
e) ... para los miembros de Jesucristo...
27. Ustedes son miembros de Jesucristo (1Cor 6,15; 12,27; Ef 5,20). ¡Qué honor tan grande! Pero también, ¡qué necesidad tan imperiosa de padecer implica el serlo! Si la Cabeza está coronada de espinas (Mc 14,65; Jn 18,22; 19,3), ¿podrán los miembros coronarse de rosas? Si la Cabeza es escarnecida (Mt 8,20; Lc 9,58), ¿querrán los miembros vivir entre los perfumes y las comodidades de un trono de gloria? Si la Cabeza no tiene donde reclinarse, ¿desearán los miembros descansar entre plumas y edredones? ¡Cosa monstruosa sería!
¡No, no! Mis queridos Amigos de la Cruz, ¡no se hagan ilusiones! Esos cristianos a quienes ustedes encuentran por todas partes, trajeados a la moda, delicados en extremo, altivos y engreídos a más no poder, no son los verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y, si ustedes creen lo contrario, están injuriando a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Válgame Dios! ¡Cuántas caricaturas de cristianos, que pretenden ser miembros de Jesucristo, cuando en realidad son sus más alevosos perseguidores, porque mientras hacen con una mano la señal de la cruz, son sus enemigos declarados en el corazón!
Si ustedes se precian de que les guía el espíritu de Jesucristo y que viven la vida de esa Cabeza (Gl 2,20), lacerada de espinas, no esperen sino abrojos, azotes, clavos, etc., en una palabra, Cruz. Porque es necesario que el discípulo sea tratado como el Maestro y los miembros como la Cabeza. Y si el cielo les ofrece, como a santa Catalina de Siena, una corona de espinas y otra de rosas, escojan sin vacilar la de espinas y húndanla en su cabeza para asemejarse a Jesucristo.
f) ... para los templos del Espíritu santo
28. Ustedes saben que son templo vivo del Espíritu santo (1Cor 6,19) y que este Dios de amor quiere colocarlos como piedras vivas (1Pe 2,5) en la construcción de la Jerusalén celestial (Ap 21,2.19). Dispónganse, pues, a ser labrados, cortados a la medida, cincelados por el martillo de la cruz. De lo contrario, seguirán siendo como piedras toscas e inservibles que hay que descartar y apartar de la construcción. ¡Cuidado con poner resistencia al martillo que los golpea! ¡Cuidado con resistir al cincel que los labra o a la mano que los pule! ¡Quizás Dios, como hábil y amoroso arquitecto quiere convertirlos en una de esas piedras fundamentales en su edificio eterno, en uno de los retablos más hermosos de su reino celestial! ¡Déjenle actuar! El les ama a ustedes, sabe lo que les hace falta y es artista consumado. Todos sus golpes son acertados y amorosos. No da golpe alguno en falso, si ustedes no lo inutilizan con su falta de paciencia.
29. El Espíritu santo compara la Cruz, a veces a un cernedor que separa el buen trigo de la paja y la hojarasca (Is 41,16; Jr 15,7; Mt 3,12; Lc 3,17). Déjense, pues, sacudir y zarandear, como el grano en el cernedor sin poner resistencia: están en el aventador del Padre de familia y pronto pasarán a su granero. Otras veces compara la cruz al fuego que con la energía de sus llamas quita el orín al hierro (1Pe 2,5). Dios es un fuego consumidor (Heb 12,29) y, por la cruz, habita en el alma para purificarla sin consumirla, como se hizo presente en otro tiempo, en la zarza ardiente (Ex 3,2-3). Por último, la compara también al crisol de una fragua donde se refina el oro auténtico (Pr 14,3; Eclo 3,5), mientras el falso se desvanece en humo; el verdadero tolera pacientemente la prueba del fuego, mientras el oropel se alza en humo contra las llamas. En el crisol del sufrimiento se purifican los verdaderos Amigos de la Cruz, mediante la paciencia, mientras los enemigos de ella se disipan en humo (Sl 36,20; 67,3) a causa de su impaciencia y murmuraciones.
Hay que sufrir...
a) como los santos...
30. Contemplen, queridos Amigos de la Cruz, contemplen la nube inmensa de testigos (Heb 12,1) que, sin decir palabra, prueban lo que estoy diciendo. Vean desfilar ante sus ojos al justo Abel, asesinado por su hermano (Gn 4,45); a Abrahán, justo y extranjero en la tierra (Gn 12,1-9); al justo Lot, desterrado de su país (Gn 19,1.17); a Jacob, justo y perseguido por su hermano (Gn 25,27; 27,41); a Tobías, justo y afligido por la ceguera (Tb 2,9-11); al justo Job, empobrecido y convertido en llaga de pies a cabeza (Jb 1,1.8.14-19; 2,7-10).
31. Contemplen a tantos apóstoles y mártires enrojecidos en la púrpura de su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, rechazados y menospreciados, que gritan a coro con san Pablo: "Levanten la mirada hacia Jesús, autor y consumador de nuestra fe" (Heb 12,2), esa fe que tenemos en Jesús y en su cruz.
Contemplen, al lado de Jesucristo, la afilada espada que penetra hasta el fondo en el tierno e inocente corazón de María (Lc 2,35), exenta de todo pecado original y actual. Lástima no poder extenderme aquí sobre los padecimientos de Jesús y de María para hacer ver que lo que sufrimos no es nada en comparación con lo que ellos padecieron!
32. Después de esto, ¿quién puede eximirse de llevar su cruz? ¿Quién no volará a los lugares donde sabe que le espera la cruz? ¿Quién no exclamará con san Ignacio Mártir: "Que el fuego, el patíbulo, las fieras y todos los tormentos del demonio se desencadenen contra mí para que pueda gozar de Jesucristo" (Carta a los de Roma 5).
b) ... o como los condenados
33. En conclusión: si no quieren sufrir con paciencia ni llevar su cruz con resignación como los predestinados, tendrán que llevarla rezongando con impaciencia como los condenados.
Se parecerán a aquellos dos animales que arrastraban mugiendo el arca de la alianza (1Re 6,12). Imitarán a Simón Cirineo, que llevaba a las malas la misma cruz de Jesucristo y no cesaba de murmurar mientras cargaba con ella (Mc 15,21). Les sucederá, en fin, lo que al mal ladrón (Mc 15,27...), que rodó a los abismos desde lo alto de la cruz.
¡No, no! Esta tierra en que vivimos (Gn 3,18) no puede hacer feliz a nadie. ¡Es imposible ver claro en un mundo tenebroso! ¡No podemos hallar tranquilidad en este mar borrascoso! ¡No es posible vivir sin combates en una tierra de tentaciones que es un campo de batalla! ¡No es posible cruzar sin espinarnos por una tierra cubierta de abrojos! Es necesario que tanto los réprobos como los predestinados carguen con su cruz de grado o por fuerza.
Tengan presente estos versos:
¡Escógete una cruz de las tres del Calvario!
¡Escoge sabiamente porque es necesario
padecer sabiamente, o como penitente
o como sufre un réprobo que pena eternamente!
Es decir que si no quieren sufrir con alegría, como Jesucristo; ni con paciencia, como el buen ladrón, tendrán que sufrir como el mal ladrón, a pesar suyo. Tendrán que apurar hasta las heces el cáliz amargo (Is 51,17; Mc 10,38; Mt 20,22–23), sin el menor consuelo de la gracia, y cargar con todo el peso de la cruz sin la ayuda poderosa de Jesucristo.
Más aún tendrán que cargar con el peso fatídico que el demonio añadirá a su cruz a causa de la impaciencia que ella les producirá. Y así, después de haber sido desgraciados en este mundo como el mal ladrón, irán a hacerle compañía en las llamas eternas.
2) Nada tan útil ni tan dulce como padecer por Jesucristo...
34. Por el contrario, si sufren como conviene, la cruz se convertirá para ustedes en un yugo suave (Mt 11,30), porque Jesucristo la llevará con ustedes. Y la cruz vendrá a ser como las dos alas del alma que se eleva al cielo o como el mástil de la nave que les conducirá alegre y fácilmente al puerto de salvación.
Lleven la cruz con paciencia. Que esta cruz, bien llevada, les iluminará en las tinieblas espirituales, pues, quien no ha sido probado por la tentación sabe muy poco (Ecclo 34,40). Lleven su cruz con alegría y se sentirán inflamados de amor divino, porque "sin cruz y son dolor, no se vive en el amor" (Imitación de Cristo, III, 5,7). No hay rosas sin espinas.
La cruz alimenta el amor de Dios, como la leña el fuego. Recuerden la preciosa sentencia de la Imitación de Cristo: "Cuanto más violencia te hagas, sufriendo pacientemente, tanto más progresarás en el amor divino" (I, 25,3). Nada importante puede esperarse de esos cristianos delicados y perezosos que huyen de la cruz cuando la ven cerca y no buscan discretamente ninguna. Son tierra inculta, que sólo producirá espinas pues no ha sido arada, desmenuzada ni removida por un labrador experto. Son como el agua estancada que no sirve ni para lavar ni para beber.
Lleven su cruz con alegría. Hallarán en ella una fuerza que no podrá resistir ninguno de sus adversarios (Lc 21,5) y saborearán una dulzura tan encantadora que no hay nada semejante a ella.
Sí, hermanos carísimos, convénzanse de que el verdadero paraíso terrestre consiste en padecer por Jesucristo. Pregunten a todos los santos. Les contestarán que jamás han participado en banquete tan delicioso para el espíritu como cuando sufrieron los mayores tormentos.
"Que todos los suplicios del infierno caigan sobre mí", decía san Ignacio Mártir (a los cristianos de Roma 5). "No morir sino padecer", exclamaba santa Magdalena de Pazzis. "Sufrir y ser menospreciado por ti", añadía san Juan de la Cruz. Muchos otros santos han hablado de la misma manera, como se lee en sus biografías. ¡Confíen en Dios, queridos cofrades! Cuando padecemos con alegría y por Dios, la cruz es para todos objeto de toda la clase de deleites, dice el Espíritu santo (St 1,2). La alegría que brinda la cruz es mayor que la del campesino que se viera elevado al trono real, mayor que la del mercader que ganara millones, mayor que la del prisionero que se viera liberado de sus cadenas. Imagínense finalmente, las mayores alegrías de la tierra... ¡La de una persona crucificada y que sabe padecer como es debido las aventaja a todas!
3) ... nada tan glorioso...
35. ¡Alégrense, pues! Salten de gozo, cuando Dios les regale alguna cruz. Porque desciende sobre ustedes, y esto sin que se den cuenta, lo más valioso que existe en el cielo y en el mismo Dios. ¡Ciertamente, el mejor regalo de Dios es la cruz! Si lo comprendieran bien, mandarían celebrar misas, harían novenas, emprenderían peregrinaciones, como lo hicieron los santos, para alcanzar del cielo este divino regalo.
36. El mundo la llama locura, infamia, necedad, indiscreción, imprudencia. ¡Déjenlo que grite! Es un ciego. Y en su ceguera, considera la cruz sólo con visión terrena, muy lejos de lo que es en realidad. Esa ceguera forma parte de nuestra gloria. Ya que cuando el mundo nos proporciona alguna cruz, con sus desprecios y persecuciones, nos regala joyas, nos eleva al trono y nos corona de laureles (1Cor 1-2).
37. Pero, ¿qué digo? Ni todas las riquezas, ni todos los honores, cetros ni coronas resplandecientes de los potentados y emperadores pueden compararse con la gloria de la cruz, dice san Juan Crisóstomo. La cruz aventaja en gloria a la aureola de apóstol o de escritor sagrado. "Gustoso dejaría el cielo, añade el mismo santo iluminado por el Espíritu de Dios, si me lo permitieran, a fin de padecer por el Dios del cielo. Prefiero las cárceles y las mazmorras a los tronos imperiales. Cuenta menos para mí el don de hacer milagros, que permite dominar a los demonios, someter los elementos, detener el curso de los astros, resucitar a los muertos..., que el honor de padecer. San Pedro y san Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los pies encadenados (Hch 12,3-7), que cuando se ven arrebatados al tercer cielo y reciben las llaves del paraíso (2Cor 12,2).
38. En efecto, ¿no fue la cruz el medio por el cual alcanzó Jesucristo el título sobre todo título, para que ante el título concedido a Jesús, todos se arrodillen en el cielo, en la tierra y en el abismo (Flp 2,9-10). La gloria de quien sabe sufrir es tan sublime que el cielo, los ángeles, los hombres y hasta el mismo Dios le contemplan con alegría, como el espectáculo más glorioso. Y, si los santos tuvieran algún deseo, sería el de volver a este mundo para llevar algunas cruces.
39. Ahora bien, si la gloria de la cruz es tan sublime ya en este mundo, ¿cuál no será la que logrará en el cielo? ¿Quién explicará, quién alcanzará a comprender la riqueza eterna de gloria que nos obtiene el llevar debidamente la cruz por un solo momento? (2Cor 4,17). ¿Quién comprenderá la que adquiere den un día y, a veces, en toda una vida de cruces y dolores?
40. No cabe duda, queridos Amigos de la Cruz, de que el cielo les prepara una sublime misión, dice un gran santo, dado que el Espíritu santo los une tan estrechamente con lo que el mundo rehuye con tanto empeño. No cabe duda de que Dios quiere hacer llegar a la santidad a todos los Amigos de la Cruz, con tal que permanezcan fieles a su vocación y lleven la cruz como es debido, es decir, como la llevó Jesucristo.
4º - Comprometerse con Jesucristo: Y me siga
41. Pero no basta con sufrir: también tanto el demonio como el mundo tienen sus propios mártires. Es preciso padecer y llevar la cruz en seguimiento de Jesucristo: "que me siga" (Mt 17,24; Lc 9,23). Es decir, hay que llevar la cruz como Jesús llevó la suya.
Para ello, éstas son las consignas que deben seguir: Las catorce reglas
1 - No se busquen cruces de propósito...
42. No se busquen cruces de propósito y por su propia cuenta: no hay que hacer el mal para lograr el bien (Rm 3,8). Sí, sin especial inspiración, no hay que hacer mal las cosas para ganarse el desprecio de los hombres. Es mejor imitar a Jesucristo de quien se dice que todo lo hizo bien (Mc 7,37). No se debe obrar por egoísmo ni por vanidad, sino para agradar a Dios y buscar la conversión de nuestros hermanos. Si ustedes se dedican a cumplir con sus deberes lo mejor que puedan, no les van a faltar contrariedades, persecuciones ni menosprecios. La divina Providencia se los enviará, aunque ustedes no los quieran ni opten por ellos.
2 - Tengan en cuenta el bien de los demás
43. Si quieren hacer algo en sí indiferente, que, aunque sin motivo puede escandalizar al prójimo, absténganse de hacerlo, por amor y para evitar el escándalo de los sencillos (1Cor 8,13). Será un acto de caridad infinitamente más valioso que lo que hacían o querían hacer.
Sin embargo, si el bien que hacen es necesario o útil al prójimo, y algún fariseo o espíritu malintencionado se escandaliza sin motivo, consulten a alguna persona prudente para saber si lo que hacen es necesario o de gran utilidad para el prójimo en general. Si ella responde afirmativamente, sigan adelante y déjenlos hablar, con tal que ellos los dejen obrar a ustedes. Respondan entonces lo que contestó Jesús a sus discípulos cuando vinieron a contarle cómo los fariseos se habían escandalizado de sus palabras y actuaciones: "¡Déjenlos, son ciegos!" (Mt 15,14).
3 - Admiren, pero no pretendan obrar como algunos grandes santos
44. Algunos santos y varones ilustres pidieron, buscaron y hasta se impusieron cruces, desprecios y humillaciones, mediante acciones ridículas. Contentémonos con adorar y admirar la conducta maravillosa del Espíritu santo en ellos y humillémonos a la vista de tan sublimes virtudes. Pero no pretendamos volar tal alto, ya que al lado de esas águilas veloces y de esos leones rugientes, sólo somos criaturas despreciables.
4 - Pidan a Dios la sabiduría de la cruz
45. Sin embargo, pueden y deben pedir la sabiduría de la cruz: ciencia sabrosa y experimental de la verdad, que lleva a contemplar a la luz de la fe los misterios más ocultos, entre ellos los de la cruz. Sabiduría que sólo se alcanza mediante grandes padecimientos, humillaciones profundas y fervientes oraciones.
Si necesitan ese espíritu generoso (Sl 50,12), que ayuda a llevar con valentía las cruces más pesadas; de ese espíritu bueno (Lc 11,13) y suave que permite saborear en la parte superior del alma las amarguras más intensas; de ese espíritu puro y recto (Sl 50,12), que sólo busca a Dios; de esa ciencia de la cruz, que en sí misma lo encierra todo; –en una palabra– de ese tesoro infinito, cuyo buen uso nos permite participar de la amistad de Dios (Sb 7,14), imploren la Sabiduría, pídanla incesante e insistentemente, sin titubeos (St 1,5-6), sin temor de no obtenerla, y ciertamente la alcanzarán, y comprenderán claramente y por experiencia propia cómo puede uno llegar a desear y buscar la cruz y deleitarse en ella.
5 - Humíllense ante las propias faltas, pero sin desesperarse
46. Si por ignorancia o, incluso, culpablemente cometieron alguna falta que les acarree cruces, humíllense inmediatamente dentro de ustedes mismos, bajo la mano poderosa de Dios (1Pe 5,6), pero sin turbación voluntaria, diciendo, por ejemplo: "Estos son, Señor, los frutos de mi huerto". Y si hubo algún pecado en la falta cometida, acepten la humillación resultante, como castigo; si no lo hubo, reciban la humillación en castigo de su orgullo.
Con frecuencia, y hasta con mucha frecuencia, permite Dios que sus mejores servidores –los más elevados en gracia– cometan las faltas más humillantes para rebajarlos a sus propios ojos y a los de los demás, y alejarlos del pensamiento orgulloso de las gracias concedidas y del bien que hacen, de suerte que nadie pueda engallarse ante Dios, como dice el Espíritu santo (1Cor 1,29).
6 - Dios nos humilla para purificarnos
47. Tengan la plena certeza de que cuanto hay en nosotros ha quedado emponzoñado por el pecado de Adán y nuestros pecados personales: no sólo nuestros sentidos corporales, sino también las potencias del alma. De suerte que, apenas nuestro espíritu corrompido mira con detención y complacencia algún don concedido por Dios, ese don, esa acción, esa gracia quedan empañados y manchados y Dios aparta de ellos su mirada. Si nuestras miradas y pensamientos echan así a perder las mejores acciones y los dones más excelentes, ¿qué diremos de los actos de voluntad propia, mucho más empañados que los del entendimiento?
No nos extrañemos, entonces, de que Dios se complazca en ocultar a los suyos en los repliegues de su rostro (Sl 30,21), para que no los manchen las miradas de los hombres ni el conocimiento que tienen de sí mismos. Y para ocultarlos así, ¡qué cosas no permite y hace este Dios celoso! ¡Cuántas tentaciones permite que los ataquen, como a san Pablo (2Cor 12,7). ¡En qué incertidumbres, tinieblas y perplejidades los sumerge! ¡Oh! ¡Cuán admirable se muestra Dios en sus santos y en los caminos por los cuales los conduce a la humildad y a la santidad!
7 - ¡Eviten ante las cruces los engaños del orgullo!
48. ¡Mucho cuidado! No crean, pues, como los devotos orgullosos y engreídos que las cruces que llevan son enormes, que constituyen una señal de su fidelidad personal y testimonio de una excepcional predilección que Dios les manifiesta. Es una sutil e ingeniosa emboscada del orgullo espiritual, tremendamente venenosa.
Piensen más bien:
a) que su orgullo y delicadeza les hace considerar como vigas lo que no son más que pajas; como llagas, las simples picaduras; como elefantes, los ratones; como injurias atroces y crueles abandonos, una palabrita que se lleva el viento y es sólo cosa insignificante;
b) que las cruces que el Señor les envía son, en realidad, castigos amorosos de Dios a causa de sus pecados y no señal de especial predilección;
c) que por más cruces y humillaciones que el Señor les envía, son en número infinitamente mayor las que les ahorra, dada la cantidad y enormidad de sus crímenes. En efecto, éstos deben considerarse a la luz de la santidad de Dios, que no soporta nada impuro, y a quien han ofendido; de un Dios que ha muerto agobiado de dolor a causa de sus pecados; de un infierno eterno, que han merecido miles y miles de veces;
d) que a la paciencia con que padecen se mezcla lo humano y natural en cantidad mucho mayor de lo que piensan. Prueba de ello son los miramientos egoístas, la velada búsqueda de consuelos, las confidencias tan naturales a los amigos y quizás al director espiritual, las excusas tan rebuscadas y a propósito, las quejas, o mejor, las murmuraciones tan hermosamente arregladas y en apariencia tan caritativas contra quienes les han hecho algún mal, el volver y revolver deleitosamente los propios dolores, la creencia diabólica de que ustedes son tan importantes, etc (Hch 8,9).
Sería cosa de no acabar, si tratara de describir aquí las vueltas y revueltas de la naturaleza, hasta en los sufrimientos.
8 - Aprovechen los sufrimientos pequeños más que los grandiosos
49. Aprovechen y saquen fruto de los sufrimientos pequeños más que los grandiosos: el Señor no se fija tanto en lo que uno padece cuanto en la manera como sufre. Sufrir mucho, pero mal es sufrir como condenados; sufrir mucho y valerosamente, por una mala causa, es sufrir como mártires de Satanás; sufrir poco, pero por Dios, es sufrir como santos.
Si podemos escoger nuestras cruces, optemos por las pequeñas y carentes de brillo, cuando se presenten al lado de las grandiosas y refulgentes. El orgullo natural puede pedir, buscar y hasta escoger y abrazar cruces grandiosas y deslumbrantes. Pero escoger y cargar con alegría las pequeñas y sin brillo es sólo efecto de una gracia muy grande y de una especial fidelidad al Señor. Actúen, pues, como el comerciante en su mostrador. Saquen provecho de todo. No desperdicien la menor partícula de la cruz verdadera. Aunque sólo sea la picadura de un mosquito o de un alfiler, el malhumor de un vecino, un desprecio insignificante, la pérdida de algunos pesos, una pequeña turbación anímica, un ligero cansancio corporal, algún leve malestar, etc. Sí, saquen provecho de todo, como el tendero, que amontona en su mostrador peso a peso, y, en corto tiempo, se enriquecerán según Dios. A la menor contrariedad que les acontezca, digan: "¡Bendito sea Dios! ¡Gracias, Dios mío!" Y depositen en la memoria de Dios, que es como su alcancía, la cruz que acaban de ganar, sin pensar más en ella sino para decir: "¡Mil gracias, Señor!" o "¡Misericordia!".
9 - Amen la cruz con amor sobrenatural
50. Cuando hablo de amar la cruz, no quiero decir que la amen con amor sensible. Esto es imposible a la naturaleza.
Hay que distinguir tres clases de amor: el amor sensible, el amor racional y el amor fiel y supremo. En otras palabras, el amor de la parte inferior, que es la carne; el amor de la parte superior, que es la razón; el amor de la parte suprema o cima del alma, que es la inteligencia iluminada por la fe.
51. Dios no les pide que amen la cruz con el amor de la parte sensible. Siendo la carne corrupción y desorden, cuanto de ella procede queda manchado; más aún, no puede someterse por sí misma a la voluntad de Dios y su ley crucificante. Por ello, el Señor, hablando desde ella, decía en el huerto de los Olivos: "Padre... que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). Si en Jesucristo, en quien todo era santo, la parte inferior del hombre no pudo amar la cruz sin interrupción, ¿cómo esperar mejor comportamiento de la nuestra, que es sólo corrupción?
Es cierto que podemos a veces experimentar alegría, incluso sensible, cuando padecemos. Así la experimentaron muchos santos. Pero esta alegría no proviene de la carne, aunque en ella se experimente, sino de la parte superior, la cual se encuentra tan rebosante de la alegría divina del Espíritu santo que llega a redundar hasta en la parte inferior. De manera que en esos instantes, la persona más crucificada puede decir: "Mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo" (Sl 63,3).
52. Existe otro amor a la cruz que yo llamaría racional. Radica en la parte superior del hombre, que es la razón. Amor totalmente espiritual. Nace del conocimiento de la dicha que hay en sufrir por Dios. Es perceptible, y lo percibe el alma a la cual alegra y fortalece. Pero este amor racional y percibido, aunque es bueno y excelente, no es siempre necesario para sufrir con alegría y según Dios.
53. Porque hay otro amor en la cima o ápice del alma, según los maestros de la vida espiritual; o de la inteligencia, según los filósofos. Mediante este amor, aunque no experimentemos ningún gozo de los sentidos ni se perciba ninguna satisfacción racional en el alma, amamos y saboreamos la propia cruz a la luz de la fe, aunque con frecuencia todo sea guerra y sobresalto en la parte inferior, que gime, se queja, llora y busca alivio. De manera que entonces podemos decir con Jesucristo: "Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). O con la santísima Virgen: "Aquí está la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho" (Lc 1,38).
Con uno de estos dos amores de la parte superior hemos de amar y aceptar la cruz.
10 - Acepten, sin excepción ni selección, toda clase de cruces
54. Decídanse, queridos Amigos de la Cruz, a padecer toda clase de cruces sin excepción ni selección: pobrezas, injusticias, pérdida de bienes, humillaciones. contradicciones, calumnias, sequedades, abandonos, aflicciones interiores y exteriores, diciendo siempre: "Pronto está mi corazón, Dios mío, pronto está mi corazón" (Sl 56,8; 107,2). Dispongámonos a sufrir el abandono de los hombres, de los ángeles y aún del mismo Dios; a sufrir persecuciones, envidias, traiciones, calumnias, el descrédito y abandono de todos; a padecer hambre, sed, mendicidad, desnudez, destierros, cárceles, horcas y toda clase de suplicios, aunque no los hayan merecido por los crímenes que les atribuyen. Imagínense, finalmente, que, después de haber perdido todos los bienes y el honor, después de haber sido desalojados de su propia casa, como Job y santa Isabel de Hungría, los lanzan al polvo como a esta santa les arrastran a un estercolero como a Job, maloliente y cubierto de úlceras, sin que les proporcionen ni un trozo de tela para sus llagas ni un poco de comida que no se le niega ni al perro ni al caballo, y que, para colmo de males, Dios les abandona a todas las tentaciones del demonio, sin verter en sus almas el menor consuelo sensible. Créanlo firmemente, la meta suprema de la gloria divina y de la verdadera felicidad a que debe aspirar el auténtico Amigo de la Cruz consiste precisamente en todo esto.
11 - Cuatro estímulos para sufrir debidamente
55. Para ayudarse a sufrir como es debido, adquieran la santa costumbre de considerar las cuatro cosas siguientes:
a) La mirada de Dios
En primer lugar, la mirada de Dios, que como rey supremo contempla desde lo alto de una torre a sus soldados que están en medio de la lid, se complace en ellos y los alaba por su valor. ¿En quién fija Dios su mirada sobre la tierra? ¿En los reyes y soberanos, sentados en sus tronos? A éstos casi siempre los mira con desprecio. ¿Contemplará, entonces, los ejércitos triunfantes, las piedras preciosas, en una palabra, lo grande a los ojos de los hombres? ¡No!, pues lo que es grande a los ojos de los hombres es abominable delante de Dios. ¿Entonces, en qué se deleita y complace la mirada de Dios, de qué pide noticias a ángeles y demonios? Dios contempla al hombre que lucha por él contra la fortuna, el pecado, el infierno y contra sí mismo; al hombre que lleva su cruz con alegría.
¿No te has fijado acaso sobre la tierra en ese portento y maravilla tan grandes que causan la admiración de todo el cielo?, le dijo el Señor a Satanás. ¿Te has fijado en mi siervo Job, que sufre por mí (Jb 2,3).
b) La mano de Dios
56. En segundo lugar, consideren la mano de este poderoso Señor. Que permite todos los males que nos sobrevienen de la naturaleza, desde el más grande hasta el más pequeño.
La mano que aniquiló un ejército de cien mil hombres (2Re 19,35) hace caer la hoja del árbol y el cabello de la cabeza (Lc 21,18), la mano que con tanta dureza hirió a Job (Jb 1,13-22; 2,7-10), les roza suavemente con esa pequeña contrariedad. Con la misma mano hace el día y la noche, el sol y las tinieblas, el bien y el mal; permitió los pecados que ustedes les inquietan: no es el autor de la malicia, pero permitió la acción.
Así pues, cuando vean a un Semeí que les injuria y tira piedras como a David (2Sam 16,5-14), díganse a sí mismos: "No nos venguemos, dejémosle actuar, porque el Señor le ordena obrar así. Sé que merezco toda clase de ultrajes y que Dios me castiga justicieramente. ¡Detente, brazo mío! ¡Lengua mía, detente! ¡No hieras, no hables! Ese hombre, esa mujer que me injurian son embajadores de Dios, enviados por su misericordia a tomar venganza amistosamente. No irritemos su justicia, usurpando los derechos de su venganza; no menospreciemos su misericordia, resistiendo a sus amorosos golpes, no sea que su venganza nos remita a la estricta justicia en la eternidad".
¡Miren! Con una mano infinitamente poderosa y prudente les auxilia, mientras con la otra mano les corrige; aflige con una mano y con la otra edifica, humilla y enaltece; con suavidad y fuerza al mismo tiempo, abarca toda la vida con su potente brazo (Sb 8,1). Con suavidad, no permitiendo que sean tentados ni afligidos por encima de sus propias capacidades. Con fuerza, sosteniéndoles con gracias poderosas, proporcionadas a la violencia y duración de las tentaciones o de las pruebas. Con fuerza todavía, como dice él mismo por el espíritu de su Iglesia, constituyéndose en apoyo "al borde del precipicio en que se encuentran, en compañero de viaje para que no se extravíen, en sombra ante el calor asfixiante, en vestido ante la lluvia que les cala hasta los huesos y el frío que les hiela, en vehículo que les consume, socorro en la adversidad que les acosa, báculo en el camino resbaladizo y puerto en medio de las borrascas que les amenazan con la ruina y el naufragio" (Breviario Romano).
c) Las llagas y dolores de Jesús crucificado
57. Contemplen, en tercer lugar, las llagas y dolores de Jesús crucificado, que les pide personalmente: "Todos ustedes los que pasan por el camino, lleno de espinas y cruces por el que yo he transitado, miren y fíjense" (Lm 1,12): miren con los ojos corporales, fíjense con los ojos de la contemplación si su pobreza y desnudez, menosprecios, dolores y desamparos son semejantes a los míos. ¡Mírenme a mí, el inocente; quéjense ustedes, los culpables!" (1Pe 4,1).
El Espíritu santo nos ordena, por boca de los apóstoles, que moremos a Jesús crucificado, nos manda que nos armemos con estos pensamientos que constituyen en el arma más penetrante y terrible contra nuestros enemigos. Cuando les asalte la pobreza, la abyección, el dolor, la tentación y las demás cruces, ármense con el pensamiento de Jesús crucificado, que les servirá de escudo y coraza, de casco protector y espada de dos filos (Ef 6,11-18). En él hallarán la solución a todas las dificultades y el triunfo sobre cualquier enemigo.
d) Arriba el cielo; abajo, el infierno
58. En cuarto lugar, contemplen la espléndida corona que les aguarda en el cielo, si saben llevar bien la cruz. El pensamiento del galardón mantuvo fieles en la fe, durante la persecución, a los patriarcas y a los profetas, y animó a los apóstoles y a los mártires en sus trabajos y padecimientos. Los patriarcas decían con Moisés que preferían participar en las aflicciones del Pueblo de Dios para ser eternamente felices con él a disfrutar momentáneamente de un placer ilícito (Heb 11,24-26). Padecemos grandes persecuciones en espera del galardón, añadían los profetas con David (Sl 68,8; 118,112). Somos víctimas destinadas a la muerte, espectáculo a los ojos del mundo, de los ángeles y de los hombres (1Cor 4,11-18) por nuestros sufrimientos, y como basura y anatema, decían con san Pablo los apóstoles, en vista del peso inmenso de gloria eterna que nos procura este momento de ligera tribulación (2Cor 4,17).
Contemplamos por encima de nosotros a los ángeles que nos gritan: "¡Cuidado con perder la corona marcada con la cruz de Jesucristo! Se la ofrecen, con tal que lleven su cruz como es debido. Si no la llevan así, otro la llevará en su lugar y les arrebatará el premio. Peleen valerosamente sufriendo con paciencia –nos dicen todos los santos– y reinarán por la eternidad (Mt 5,10-12). "Sólo daré el premio, nos dice finalmente Jesucristo, al que sufra y venza por su paciencia (Ap 2,7.11.17.26-28; 3,5.12.21; 21,7).
Contemplemos, de otra parte, en el infierno el puesto que merecemos y nos aguarda junto al mal ladrón y a los réprobos, si, como ellos, padecemos entre murmuraciones, despecho y con espíritu de venganza. Exclamemos con san Agustín: "Quema, Señor, corta, poda, divide, castigando en este mundo mis pecados, con tal que me perdones en la eternidad".
12 - No se quejen jamás de las criaturas
59. No se quejen jamás voluntariamente de las criaturas que Dios utiliza para afligirlos.
En las aflicciones se dan tres clases de quejas:
la primera involuntaria y natural: es la del cuerpo que gime, suspira, se queja, llora y se lamenta. Si el alma –como dije antes– acepta la voluntad de Dios en su parte superior, no hay ningún pecado;
la segunda es razonable: si nos quejamos y manifestamos nuestro dolor a quien puede remediarlo, por ejemplo, al superior, al médico... Queja ésta que puede ser imperfección, si va demasiado cargada de preocupación; pero no encierra pecado;
la tercera es pecaminosa: se da cuando nos quejamos del prójimo para evitar el mal que nos mortifica o para vengarnos o lamentarnos del dolor que padecemos, consintiendo en esta queja y añadiendo impaciencia y murmuraciones.
13 - Reciban siempre la cruz con gratitud
60. No reciban nunca la cruz sin besarla humildemente, con gratitud y cuando dios en su bondad les regale alguna cruz de mayor importancia, denle gracias, en forma especial y hagan que otros los acompañen en su acción de gracias, siguiendo el ejemplo de aquella pobre mujer que luego de perder todos sus bienes en un pleito injusto, mandó en seguida celebrar una misa con el dinero que le quedaba, para agradecerle a Dios la buena suerte que había tenido.
14 - Buscar algunas cruces voluntarias
61. Para hacerse dignos de recibir las cruces que sin su cooperación les pueden sobrevivir y que son las mejores, busquen por su cuenta algunas cruces voluntarias, siguiendo el consejo de un buen director espiritual.
Ejemplos: ¿Tienen en casa algún mueble inútil al que están encariñados? Regálenlo a los pobres, diciendo: "Si Jesucristo es tan pobre, ¿querremos nosotros quedarnos con lo superfluo?" ¿Les repugna algún manjar? ¿Sienten horror ante algún acto de virtud o algún olor desagradable? ¡Saboreen ese manjar, practiquen esa virtud, huelan lo que les desagrada! ¡Vénzanse! ¿Tienen afecto demasiado sensible o exagerado a una persona u objeto? ¡Aléjense de ella, prívense de ese objeto, apártense de lo que les halaga! ¿Sienten prisa natural por ver, actuar, aparecer en público, correr a un sitio determinado? ¡Deténganse, cállense, ocúltense, aparten la vista! ¿Aborrecen instintivamente algún objeto o a alguna persona? ¡Úsenlo a menudo! ¡Frecuenten su trato! ¡Domínense!
62. Si son auténticos Amigos de la Cruz, el amor, siempre ingenioso, les ayudará a encontrar multitud de pequeñas cruces. Con ellas se irán enriqueciendo, sin darse cuenta y sin peligro de vanidad, ya que ésta se mezcla frecuentemente a la paciencia con que soportamos las cruces espectaculares. Entonces, por haber sido fieles al Señor en lo poco, él, según su promesa, les pondrá al frente de lo mucho (Mt 25,21.23), es decir, sobre multitud de cruces que les enviará, sobre una inmensa gloria que les irá preparando...
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