MARÍA SANTÍSIMA, MODELO DE ADORACIÓN PERPETUA A LA EUCARISTÍA
Fragmento de las "Obras Eucarísticas de San Pedro Julián
Eymard"
María, sin duda, comenzó su adoración en aquel solemne momento haciendo un acto de anonadamiento de todo su ser ante la soberana majestad del Verbo, al ver cómo había elegido a su humilde sierva por su bondad y amor a Ella y a los hombres todos. Tal debe ser el primer acto, el primer sentimiento de mi adoración después de la comunión. Este fue también el sentimiento de Isabel al recibir a la Madre de Dios, que llevaba al Salvador oculto aún en su seno: Unde hoc mihi? ¿De dónde a mí dicha tanta, que tan poco merezco?
El segundo acto de María debió ser de gozoso agradecimiento por la inefable e infinita bondad del Señor para con los hombres: un acto de humilde gratitud por haber escogido para comunicar esta gracia sin par a su indigna aunque muy dichosa sierva. La gratitud de María exhálase en actos de amor, alabanza y bendición ensalzando la Divina Bondad. Porque la gratitud es todo esto, es una expansión en la persona bienhechora: pero una expansión intensa y amorosa. La gratitud es el corazón del amor.
El tercer acto de la Santísima Virgen debió ser de abnegación, de ofrenda, de don de sí, de toda la vida al servicio de Dios: Ecce ancilla Domini; un acto de pesar por ser, tener y poder tan poca cosa para servirle de un modo digno de Él.
Ofrécese ella a servirle como Él quiera a costa de todos los sacrificios que le plazca exigirle: por feliz se tendría si pudiera así corresponder al amor que a los hombres muestra en la Encarnación.
El último acto de María sería sin duda, de compasión por los hombres pecadores, para cuya salvación se encarnaba el Verbo. Ella supo hacer que la infinita misericordia se interesara por ellos ofreciéndose a reparar y hacer penitencia en su lugar, con el fin de lograr su perdón y retorno a Dios.
¡Oh, cuánto yo quisiera adorar al Señor como le adoraba esta buena madre! Lo mismo que ella, le poseo en la Comunión. ¡Oh Dios mío! Dadme a esta buena adoradora por verdadera madre: hacedme partícipe de su gracia, de su estado de adoración continua del Dios a quien había recibido en su seno tan puro, verdadero paraíso de virtudes y de amor.
María Santísima, Madre y
Adoratriz Perpetua de Jesús Sacramentado
El mejor modelo de acción de
gracias lo encontraremos en María, recibiendo al Verbo en su seno. El mejor
medio de hacer una recepción que plazca a Jesús y sea para nosotros buena y rica
en gracias es adorarle como presente en nuestro pecho, uniéndonos con
María.
María, sin duda, comenzó su adoración en aquel solemne momento haciendo un acto de anonadamiento de todo su ser ante la soberana majestad del Verbo, al ver cómo había elegido a su humilde sierva por su bondad y amor a Ella y a los hombres todos. Tal debe ser el primer acto, el primer sentimiento de mi adoración después de la comunión. Este fue también el sentimiento de Isabel al recibir a la Madre de Dios, que llevaba al Salvador oculto aún en su seno: Unde hoc mihi? ¿De dónde a mí dicha tanta, que tan poco merezco?
El primer sentimiento del alma
ante Jesús es el de anonadarse a sí mismo, como hizo María
El segundo acto de María debió ser de gozoso agradecimiento por la inefable e infinita bondad del Señor para con los hombres: un acto de humilde gratitud por haber escogido para comunicar esta gracia sin par a su indigna aunque muy dichosa sierva. La gratitud de María exhálase en actos de amor, alabanza y bendición ensalzando la Divina Bondad. Porque la gratitud es todo esto, es una expansión en la persona bienhechora: pero una expansión intensa y amorosa. La gratitud es el corazón del amor.
El tercer acto de la Santísima Virgen debió ser de abnegación, de ofrenda, de don de sí, de toda la vida al servicio de Dios: Ecce ancilla Domini; un acto de pesar por ser, tener y poder tan poca cosa para servirle de un modo digno de Él.
María Santísima se ofreció al
Señor desde su Inmaculada Concepción, siendo el "Fiat" una manifestación del
Santo Abandono en la Divina Voluntad
Ofrécese ella a servirle como Él quiera a costa de todos los sacrificios que le plazca exigirle: por feliz se tendría si pudiera así corresponder al amor que a los hombres muestra en la Encarnación.
El último acto de María sería sin duda, de compasión por los hombres pecadores, para cuya salvación se encarnaba el Verbo. Ella supo hacer que la infinita misericordia se interesara por ellos ofreciéndose a reparar y hacer penitencia en su lugar, con el fin de lograr su perdón y retorno a Dios.
María Santísima pedía a su Hijo
morir junto a Él si así convenía a nuestra Redención (de ahí que Ella sea
"Corredentora del género humano")
¡Oh, cuánto yo quisiera adorar al Señor como le adoraba esta buena madre! Lo mismo que ella, le poseo en la Comunión. ¡Oh Dios mío! Dadme a esta buena adoradora por verdadera madre: hacedme partícipe de su gracia, de su estado de adoración continua del Dios a quien había recibido en su seno tan puro, verdadero paraíso de virtudes y de amor.
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