Todo empezó un 13 de mayo de 1917.
Era domingo, y a las doce del mediodía, la Virgen se aparecía en Fátima a unos pastorcillos Lucía, de 10 años, y a sus primos Francisco y Jacinta, hermanos de 9 y 7 años, respectivamente.
Era una Señora vestida de blanco y más brillante que el sol, que se dejó ver sobre la copa de una pequeña encina.
Después de un breve diálogo, la Virgen esbozó su mensaje:
-¿Queréis ofreceros a Dios para hacer sacrificios y aceptar voluntariamente todos los sufrimientos que El quisiera enviaros, en reparación de tantos pecados con que la Divina Majestad es ofendida, para obtener la conversión de los pecadores y en desagravio de las blasfemias y ultrajes que se hacen al Inmaculado Corazón de María?
-Sí, queremos -contestó Lucía en nombre de los tres.
-Vais a tener que sufrir mucho; pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.
Aparición del 13 de junio
Lucía: Quería pedirle que nos llevase al Cielo.
La Virgen: Sí, a Jacinta y a Francisco me los llevaré en breve; pero tú te quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado; a quien la abrazare le prometo la salvación. Estas almas serán predilectas de Dios, como flores puestas por Mí ante su trono.
Lucía: ¿Y yo me quedaré aquí sola?
La Virgen: No, hija. ¿Sufres mucho? No te desalientes. Yo nunca te abandonaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
«Fue al decir estas palabras -escribe Lucía- cuando la Virgen abrió las manos y nos comunicó por segunda vez el reflejo de una luz inmensa. En ella nos veíamos sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de esa luz que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se derramaba sobre la tierra. Ante la palma de la mano derecha de nuestra Señora había un corazón rodeado de espinas, que parecían estar clavadas en él.
»Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la Humanidad, que pedía reparación».
Aparición del 13 de julio
La Virgen: Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, en especial siempre que hiciereis algún sacrificio: «¡Oh, Jesús! Por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».
«Aquí la celestial Señora abrió de nuevo las manos, como en el mes anterior. El resplandor que se derramó sobre la tierra pareció penetrar en ella y a los ojos de los videntes apareció una representación del infierno realmente espantosa.
»Esta visión -sigue Lucía- duró un momento y gracias a nuestra Madre que antes -en la primera aparición- nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo, no morimos de susto y de pavor.
»Asustados y como pidiendo socorro, levantamos la vista hacia nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
»Habéis visto el infierno donde van las almas de los pobres pecadores.
»Para salvarlos Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado.
»Si hicieran lo que Yo os diré se salvarán muchas almas y habrá paz... Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora en los primeros sábados de mes...
»Si atendieren a mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia que se convertirá, y le será concedido al mundo un período de paz».
Y la Virgen volvió
La celestial Señora cumplió su promesa de volver a manifestar su maternal voluntad a Lucía, mas tarde a Sor Lucía del Corazón de María, del Monasterio del Carmen Descalzo de Coimbra, Portugal.
Dos cosas había anunciado que vendría a pedir: la práctica de la comunión reparadora de los primeros sábados de mes y la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado.
Veamos cómo y cuándo hizo estas y otras peticiones.
La promesa de los primeros sábados de mes
El 10 de diciembre de 1925, mientras Sor Lucía estaba en su celda, se le apareció la Virgen, la cual le puso una mano sobre el hombro mientras le mostraba un corazón rodeado de espinas, que tenía en la otra.
Al lado de la Virgen estaba el niño Jesús, que le dijo:
«Ten compasión del Corazón de tu santísima Madre, que está cubierto con las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada instante, sin que haya quien haga un acto de reparación para arrancárselas.»
En seguida la Virgen habló así a la vidente:
«Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas, con las cuales los hombres ingratos lo hieren a cada momento con sus blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme; y anuncia de mi parte que Yo prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para la salvación a todos aquellos que el primer sábado de cinco meses seguidos confiesen, reciban la sagrada comunión, recen la tercera parte del Rosario y me hagan compañía quince minutos meditando los misterios del Rosario, con el fin de ofrecerme reparación.»
Sor Lucía, preguntada sobre la interpretación de cada uno de esas condiciones, ha dado su opinión y ha aceptado por buena la que las autoridades eclesiásticas han aprobado.
Precisando su punto de vista, ha declarado:
Que no es necesaria la confesión, si ya se está en estado de gracia.
Que hay que tener la intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María, intención que se puede hacer, o al ir a comulgar o en la confesión anterior o posterior de la comunión. Como se ve, este «desagravio» va dirigido también a las ofensas hechas por la propia persona que confiesa o comulga.
La meditación puede ser sobre uno o varios misterios del Rosario. Puede hacerse aparte del rezo del Rosario o intercalándola entre las decenas.
Incluso se practica haciéndola juntamente con el rezo de dicha tercera parte, de manera que dicho rezo dure un cuarto de hora, en conjunto.
La consagración de Rusia
En 1929, en la capilla de las Hermanas Doroteas de Tuy, entre las cuales se encontraba la entonces Sor Lucía de Jesús, se le apareció la Señora pidiéndole concretamente : la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, hecha por el Papa en unión de los Obispos de todo el mundo.
Respondiendo a una pregunta, contestó Lucía:
«En la carta que por orden de mis directores escribí al Santo Padre, en 1940, expuse la petición precisa de Nuestra Señora y pedí la consagración del mundo con mención especial de Rusia».
Pío XII, en el jubileo de plata de la aparición de Fátima, el 31 de octubre de 1942, consagró la Iglesia y el mundo entero al Corazón de María, haciendo una alusión clara a Rusia con esta frase:
«Los pueblos separados por el error o la discordia, especialmente a aquellos que os profesan especial devoción, donde no había casa que no ostentase vuestro venerado icono, hoy tal vez escondido y retirado para mejores días...»
Más adelante, el 7 de julio de 1952, fiesta de los apóstoles de los pueblos eslavos, San Cirilo y San Metodio, dicho Santo Padre, hizo la solicitada consagración con estas palabras de su Carta a los pueblos de Rusia:
«Lo mismo que hace pocos años consagramos todo el mundo al Corazón Inmaculado de la Virgen María, Madre de Dios, así ahora, de manera especialísima consagramos todos los pueblos de Rusia al mismo Corazón Inmaculado».
Sin embargo, no se ha hecho, lo que según Sor Lucía, pidió la Virgen: que tal consagración se hiciera con unión de todos los Obispos del mundo.
La consagración del mundo al corazón de María
¿Cuándo la Virgen pidió la consagración del mundo a su Corazón Inmaculado?
Según diversas manifestaciones de Lucía, la petición de nuestra Señora, de la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado, suponía la del mundo. Es decir, que pedía la consagración del mundo, incluso y especialmente de Rusia.
Pío XII hizo por primera vez la consagración de la Iglesia y del mundo al Corazón de María, el 31 de octubre de 1942, repitiéndola el 3 de diciembre del mismo año en el Vaticano.
El 1 de mayo de 1948, en la encíclica «Auspicia Quaedam» dirigió al mundo ese llamamiento e invitación:
«Hace unos años, como todos recuerdan, mientras continuaba aún furiosa la última guerra mundial, Nos, viendo que los medios humanos se mostraban inciertos e insuficientes para extinguir aquella atroz conflagración, elevamos nuestras férvidas plegarias al misericordiosísimo Redentor, interponiendo el poderoso patrocinio del Corazón Inmaculado de María.
«Y, así como nuestro predecesor de feliz memoria, León XIII, en los albores del siglo XX quiso consagrar todo el Género Humano al Corazón Sacratísimo de Jesús, así Nos, igualmente, en representación de la humana familia por Él redimida, quisimos consagrarlo también al Corazón Inmaculado de María.
»Deseamos, por tanto, que, cuando la oportunidad lo aconseje, se haga esta consagración en las diócesis, en cada una de las parroquias y en las familias.
»Y confiamos que de esta privada y pública consagración brotarán abundantes beneficios y celestiales favores».
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