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sábado, 2 de fevereiro de 2013

El secreto para alcanzar la más elevada santidad y vida mística

El secreto para alcanzar la más elevada santidad y vida mística



Por Leandro Coccioli


En el relato de las Bodas de Caná, en el Evangelio según San Juan (2, 1-12), está contenido misteriosamente el secreto para alcanzar la más elevada santidad y vida mística, que es la verdadera devoción a la Santísima Virgen María rezándole el rosario todos los días. Iremos explicando este misterio comentando los versículos del pasaje evangélico:

«Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos.» (vv 1-2)

Primero viene María, para que venga Jesús del modo más pleno. Donde mejor hallamos a Jesús, es con María, junto a María, es en María. Por eso el texto sagrado primero menciona a María en las bodas, y luego al Dios-Hombre, a quien es Todo. Ella es pequeña, a su lado no es nada, Él es el Infinito. Y así y todo, en el Evangelio se la menciona primero a Ella en esta fiesta, antes que al Señor, porque para que venga Jesús a nosotros del modo más perfecto y junto a todos los santos («sus discípulos»), debemos invitar primero a María. Aquí comienza a vislumbrarse el misterio de María: porque Dios, que quiso hacerse el Emanuel, el Dios-con-nosotros, y quiso hacerlo sólo viniendo a través de María, no quiere que vayamos a Él sino a través de María, invitándola primero a Ella a nuestras bodas místicas con Él, para que venga Él de la manera más hermosa. Rezando con fidelidad el rosario cada día a la Virgen, la estamos invitando a nuestras bodas con el Cordero, y si perseveramos, Ella misma preparará nuestro desposorio místico con su Hijo, el más ardiente deseo de María: que su Hijo Divino reciba cada vez más y más almas, por su mediación maternal, como sus esposas místicas.

Y esto lo afirmo con contundencia: no hay otra vía para alcanzar el más alto grado de santidad, el matrimonio espiritual con Cristo, que no sea siendo verdadero devoto de su Madre Santísima rezando el rosario diario. ¿Alguna duda? Vayamos al testimonio de los santos, que antes de dejar de rezar el rosario un solo día, preferirían morir, porque por la sabiduría de Dios han comprendido que en esta oración está cifrada su santificación y eterna salvación.

«Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”.» (v.3)

Aquí comienza la intercesión omnipotente de María. Ella, como nuestra Madre, nos conoce enteramente. Sabe nuestra necesidad: queremos ser santos, ¡pero no lo somos! El vino es signo de la alegría por la sobrebundancia y plenitud de la gracia divina, de la santidad, del amor de Dios. María nos mira y ve que no tenemos vino, que no somos santos, que nuestro amor es pobre. Esa es la única preocupación de María: hacernos santos como Ella lo es, y así formar perfectas esposas místicas para el Santo de los Santos, su Señor y Salvador, su propio Hijo, para amarlo como Ella lo ama. Por eso las primeras palabras de la Virgen en la fiesta de nuestra unión con Jesús, dan cuenta de nuestra indigencia. Si no la tuviéramos a María, si no fuéramos devotos de Ella, si no recurriéramos a su mediación, ¿quién abogaría por nosotros? ¿Quién tendría la claridad para ver nuestra verdadera necesidad? ¿Quién lo haría con la premura de Ella? Nadie, y mucho menos nosotros mismos. Rezando el rosario cada día a María, abandonándonos en sus brazos como niñitos pequeños, como el niñito Jesús, Ella inmediatamente clamará a su Hijo: «¡No tienen vino!»

«Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”.» (v. 4)

Pareciera que Jesús la detiene. Claro, a los ojos que no ven en profundidad la intención del Salvador. Pero aquí sucede todo lo contrario de un freno, de un obstáculo. Aquí, justamente, ¡todo lo contrario!, Jesús nos muestra el poder maravilloso, la omnipotencia suplicante, la eficacia arrasadora de la oración intercesora de María. Porque aún no era la hora de la manifestación de Jesús mediante el milagro que Ella pedía, pero...

«Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». (v.5)

María inmediatamente vio en profundidad, como decíamos, la intención de Jesús. Jesús no quiso frenarla, ¡todo lo contrario!, le reveló el poder de su mediación maternal. Por eso la Virgen no le respondió nada a Jesús, entendió la grandeza de su vocación como Madre de todos, por lo que sin demora se dirigió a los sirvientes, se dirige a nosotros, exhortándonos a obedecer en todo a su Hijo, para hacernos sus esposas místicas. Y nosotros sabemos que conocemos todo lo que Jesús nos dice, escuchando su voz santa en cada rosario diario, porque contemplando la belleza de su rostro en cada decena, oímos su palabra, oímos lo que nos dice, lo que quiere, lo oímos a Él.

He aquí el secreto para alcanzar la santidad: siendo sus verdaderos devotos, María acelerará y asegurará que lleguemos a la unión mística con Dios cuando aún no es la hora, cuando quizá jamás llegara a ser la hora, pero llegará a serlo, y muy pronto, tan pronto que quedaremos eternamente pasmados, porque María, si se lo permitimos rezándole el rosario cada día, se lo suplicará a Jesús, como lo hizo aquella vez en Caná.

El texto sigue con una gran doctrina mística:

«Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”. » (vv 6-10)

Tras la exhortación de la Virgen, comienza el Verbo Encarnado a decirnos qué hacer. Comienza el Hijo a indicarnos cómo proceder. Comienzan los signos que mediante las realidades sensibles significan las espirituales, la obra de la gracia divina. En estos versículos está contenida la necesidad de la vida ascética para alcanzar la vida mística. Es decir, que antes de alcanzar la unión mística con Dios, debemos esforzarnos y ejercitarnos para alcanzar la virtud, progresar en ella y perfeccionarla, mediante la oración, la meditación, la mortificación y la negación de nosotros mismos. Esto último está simbolizado en el agua, que es signo de purificación. Y una vez que alcanzamos la virtud perfecta por gracia de Dios, el contenido ascético de nuestro interior, de nosotros que somos recipientes de la vida de Dios, es transformado en vino, que es símbolo de la alegría de la unión esponsalicia con Cristo, es transformado en contenido místico, y somos conducidos a la subida contemplación que nos lleva la Virgen siendo verdaderos devotos de Ella, esforzándonos en perseverar meditando su rosario cada día hasta el día en que comienza a tornarlo en dulce fruición de Dios.

Y quienes nos rodeen, no entenderán lo que ha sucedido en nosotros por nuestra unión con María; dirán, como el encargado, que es extraño que sirvamos el mejor vino para lo último, queriendo significar que nadie comprenderá la obra sublime que habrá hecho en nosotros María, que todo se lo debemos a Ella, que todo se lo debemos a su rosario diario. Con su juicio humano, no entenderán a María, la necesidad de la verdadera devoción a Ella.

Y he aquí un gran misterio: María guarda lo mejor para lo último. Los más grandes santos, formados por Ella, formados por su rosario diario, están reservados para el fin de los tiempos, para preparar la Venida definitiva de su Hijo.

«Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días.» (vv. 11-12)

Dejemos a Jesús manifestar su gloria en nosotros permitiéndole que nos lleve al desposorio místico con Él. Obedeciendo a María, Ella nos presentará como dignas esposas a su Hijo. Rezando el rosario cada día, María pedirá el vino de la santidad a Jesús por nosotros, y maravillosamente acelerará y asegurará el proceso de nuestra transformación interior para llevarnos hasta la unión mística con su Hijo.

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