Narrando el Profeta la salida del pueblo hebreo de Egipto, dice que una nube lo guiaba de día y una columna de fuego lo iluminaba de noche. Bien aplica San Bernardo a María la propiedad de aquella nube y de aquella columna, pues observa que, a la manera de las nubes nos defienden de los vivos rayos del sol, María nos protege de la justa ira celeste y de las llamas de la concupiscencia, y así como la columna de fuego alumbraba el camino a los hebreos, María ilumina al mundo con los rayos de su Misericordia y largueza de sus beneficios.
¡Oh, cuán triste sería nuestra suerte sin esta Nube y esta Columna Admirables! María Santísima es Fuente de Vida y Verdad, y fundamento de toda esperanza de salud y bendiciones: “En Mí está la gracia del camino y de la verdad, en Mí toda esperanza de vida y virtud” (Eclo. 24).
Ella nos ayuda en la vida, en la muerte y hasta después de la muerte. Si tenemos en la vida un amigo sincero, dice la Escritura que hemos encontrado un tesoro; si éste nos presta ayuda en el momento de la muerte, más digno es de singular aprecio; y si con sus sufragios nos vale aún después de la muerte es todavía mucho más estimable. Ahora bien, María nos favorece en vida como Madre de Gracia, en la hora de la muerte, con defendernos de las insidias del demonio, y no nos abandona ni después de la muerte; pues que Ella misma introduce en el Cielo a sus devotos.
Es tan tierno el Corazón de María con sus hijos, dice el Santo Cura de Ars, que el ardor del afecto de todas las madres juntas es como un pedazo de hielo comparado con el Suyo.
María a la derecha de Jesús en el Cielo está íntimamente asociada a su Gloria y acción Todopoderosa, razón por la cual los Santos Padres no hacen el elogio de Jesús sin hacer el de su Augusta Madre, y la Iglesia invoca juntamente sus Nombres tanto en las definiciones de los Concilios, como en la celebración del Santo Sacrificio y administración de los Sacramentos.
Cada fiesta en honor de Jesús corresponde a otra de María; la de la Encarnación de Jesús, a la de la Concepción de María; la de la Presentación de Jesús, a la de la Presentación de María; la del bautismo de Jesús, a la de la Purificación de María; la de los dolores de Jesús, a la de los Dolores de María; la del Sagrado Corazón de Jesús, a la del Sagrado Corazón de María; la del Nombre de Jesús, a la del Nombre de María, y la de la Ascensión de Jesús, a la de la Asunción de María.
¡Nada tan inseparable como el recuerdo de Jesús del de María! Famosos Santuarios de todos los tiempos erigidos acá y allá manifiestan el amor y gratitud de los fieles colmados por Ella de singulares beneficios, la piedad de los cristianos está generalmente en relación con su devoción a María; y ésta devoción es como un signo inequívoco para conocer la moralidad y felicidad de los pueblos. Pero hay más: LA DEVOCIÓN A MARÍA, enseña San Efrén, ES EL GRAN SALVOCONDUCTO PARA EL CIELO. Bien defendido está quien se halla bajo su amorosa protección; y por el contrario, nadie más desdichado que el que se encuentra lejos de Ella; por esto las madres católicas, ansiosas de la felicidad de sus hijos, se apresuran a consagrarlos a María desde que nacen, y se empeñan en enseñarles a pronunciar su dulce Nombre apenas comienzan a balbucir algunas palabras.
Por esto, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios e ignorantes, se amparan bajo el Manto bendito de la Reina Soberana de cielos y tierra. Las almas piadosas se sienten movidas a invocarla con particular confianza, y no es de extrañar que hasta los criminales y personas más descreídas guarden, como precioso talismán, alguna insignia que represente su imagen venerada. Con razón el Dante cantaba alborozado:
“Sois, Señora tan Augusta y Excelsa que quien desea alguna gracia y a Ti no recurre, quiere en su anhelo volar sin alas. Tu bondad es tal que no socorres tan sólo al que pide favor, sino que con frecuencia, acudes anticipándote a toda petición. Grande es tu Misericordia, grande tu Piedad y magnificencia, y en Ti están personificadas todas las virtudes” (Dante II Paradisio Cant. XXXIII).
Pero parece que Dios se hubiera propuesto que su Santísima Madre fuera en el siglo XX más conocida, amada y reverenciada que nunca, así lo dejan comprender la definición del dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX y las repetidas exhortaciones de León XIII, al invocarla por medio del Rosario. Y parece también que María se empeñara en derramar al presente, más copiosas gracias y bendiciones; allí están por atestiguarlo el Santuario del Tepeyac, de Lourdes y el de Fourviers; el de la Virgen del Pilar y Montserrat, fuentes continuas de indecibles milagros; el de Loreto y el de Pompeya; el de María Auxiliadora y otros infinitos, que no hay pueblo que no le haya consagrado alguno y cuyos anales no registren nuevos y portentosos sucesos.
Como la devoción a María es la que influye más poderosamente sobre el corazón, y nada le estimula tanto como el conocimiento de las gracias de todo género que se obtienen por su medio, se han multiplicado los ejemplos de hechos prodigiosos, no los recusará la fe de los hijos de María, quienes bien saben que para Ella no hay imposibles.
P. Camilo Ortúzar, S.D.B.
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