MEDIADORA DE INTERCESIÓN
Nardos
Mes de mayo
Día 31
"Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que lo había de entregar:
¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se les dio a los pobres?
Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo:
—Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto. A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis". (Jn 12, 1-8)
Tenemos un único Mediador ante el Padre que es Nuestro Señor Jesucristo. Él es nuestro Mediador de Redención. "Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra" (Hech 4, 12) Lo cual no obsta para que María sea nuestra Mediadora de intercesión sin restar absolutamente nada a la única mediación de Cristo. Por el contrario, la mediación de María se apoya en la mediación de su Hijo. Ella es la Madre siempre unida al Redentor y asociada a su obra de redención y salvación de los hombres.
A través de su mediación maternal, al interceder por nosotros está llevando a cabo el designio de Dios sobre Ella que ha querido unirla indisolublemente al Hijo y a su Obra.
Hay dos aspectos muy importantes que hemos de resaltar al contemplar a la Santísima Virgen.
El primer aspecto es la gratuidad. En esto María es reflejo de Dios que por pura gratuidad, fruto de su amor, ha creado todo cuanto existe, ha creado al género humano " a su imagen y semejanza" y lo ha redimido mediante le entrega de su Hijo.
El sentido de la gratuidad forma parte de la médula de la vida cristiana porque es una característica inherente al amor.
María es consciente en todo momento de esta gratuidad de Dios, lo que la lleva a abismarse en su pequeñez y en la grandeza del Señor que obra en Ella maravillas.
Nos atrevemos a decir que la espiritualidad de María está enraizada en esta experiencia de la gratuidad.
Ella corresponde a la inmensidad del amor gratuito de Dios entregándose enteramente, por pura gratuidad, por puro amor de Dios. No busca ser recompensada. No se mueve por ningún tipo de interés personal. Ama, sufre, se entrega plenamente y rinde a Dios el tributo de su perfecta obediencia con el único deseo de agradar a Dios y corresponder a su amor.
Este sentido de la gratuidad, o esta espiritualidad de la gratuidad que está en la raíz de todo su sentir y obrar, es lo que la mueve también a aceptar el ser Madre de la Iglesia y Madre de todos los hombres.
Ella nos ama gratuitamente y sólo por amor nos ha entregado a su hijo, nos ha concebido espiritualmente entre inenarrables sufrimientos, y continúa velando e intercediendo, sin concederse una tregua, por nuestra salvación.
Pensemos que nuestra vida cristiana, nuestra espiritualidad, no puede ser genuina ni auténtica si no vivimos a fondo el sentido de la gratuidad en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con el prójimo.
Esta dimensión fundamental de la vida cristiana se aprende a vivir en la escuela de María. Nosotros, como nuestra Madre, hemos de pretender que nuestra vida sea como ese perfume de nardo puro derramado gratuitamente, por puro amor, sobre los pies del Maestro y sobre los pies de nuestros hermanos.
El segundo aspecto que hemos de tener siempre en cuenta como fuente de consuelo interior y como inspiración para nuestro obrar se refiere a los cuidados maternales de María.
Dios nuestro Padre cuida amorosamente de su creación entera, pero vela providencialmente con paterno amor por el género humano.
La Virgen es instrumento privilegiado en las manos de Dios para hacernos experimentar su Providencia divina. A través de Ella experimentamos el amor infinito de Dios con rasgos de ternura maternal.
Dios y María cuidan de cada uno de nosotros. Así también hemos de velar los unos por los otros. Hemos de cuidar con amor a nuestros hermanos, a todos, pero especialmente a los que más lo necesitan debido a las diversas circunstancias y trances por los que estén pasando en su vida.
Cuidar la creación que es obra de las manos de Dios, y cuidar de nuestros hermanos.
Pidamos a nuestra Madre que infunda en nuestro corazón estas dos gracias tan importantes para que vivamos como auténticos discípulos de Cristo y como verdaderos hijos de Dios.
Fruto: La gratuidad y el cuidado de la creación y de nuestros hermanos.
P. Manuel María de Jesús
Tenemos un único Mediador ante el Padre que es Nuestro Señor Jesucristo. Él es nuestro Mediador de Redención. "Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra" (Hech 4, 12) Lo cual no obsta para que María sea nuestra Mediadora de intercesión sin restar absolutamente nada a la única mediación de Cristo. Por el contrario, la mediación de María se apoya en la mediación de su Hijo. Ella es la Madre siempre unida al Redentor y asociada a su obra de redención y salvación de los hombres.
A través de su mediación maternal, al interceder por nosotros está llevando a cabo el designio de Dios sobre Ella que ha querido unirla indisolublemente al Hijo y a su Obra.
Hay dos aspectos muy importantes que hemos de resaltar al contemplar a la Santísima Virgen.
El primer aspecto es la gratuidad. En esto María es reflejo de Dios que por pura gratuidad, fruto de su amor, ha creado todo cuanto existe, ha creado al género humano " a su imagen y semejanza" y lo ha redimido mediante le entrega de su Hijo.
El sentido de la gratuidad forma parte de la médula de la vida cristiana porque es una característica inherente al amor.
María es consciente en todo momento de esta gratuidad de Dios, lo que la lleva a abismarse en su pequeñez y en la grandeza del Señor que obra en Ella maravillas.
Nos atrevemos a decir que la espiritualidad de María está enraizada en esta experiencia de la gratuidad.
Ella corresponde a la inmensidad del amor gratuito de Dios entregándose enteramente, por pura gratuidad, por puro amor de Dios. No busca ser recompensada. No se mueve por ningún tipo de interés personal. Ama, sufre, se entrega plenamente y rinde a Dios el tributo de su perfecta obediencia con el único deseo de agradar a Dios y corresponder a su amor.
Este sentido de la gratuidad, o esta espiritualidad de la gratuidad que está en la raíz de todo su sentir y obrar, es lo que la mueve también a aceptar el ser Madre de la Iglesia y Madre de todos los hombres.
Ella nos ama gratuitamente y sólo por amor nos ha entregado a su hijo, nos ha concebido espiritualmente entre inenarrables sufrimientos, y continúa velando e intercediendo, sin concederse una tregua, por nuestra salvación.
Pensemos que nuestra vida cristiana, nuestra espiritualidad, no puede ser genuina ni auténtica si no vivimos a fondo el sentido de la gratuidad en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con el prójimo.
Esta dimensión fundamental de la vida cristiana se aprende a vivir en la escuela de María. Nosotros, como nuestra Madre, hemos de pretender que nuestra vida sea como ese perfume de nardo puro derramado gratuitamente, por puro amor, sobre los pies del Maestro y sobre los pies de nuestros hermanos.
El segundo aspecto que hemos de tener siempre en cuenta como fuente de consuelo interior y como inspiración para nuestro obrar se refiere a los cuidados maternales de María.
Dios nuestro Padre cuida amorosamente de su creación entera, pero vela providencialmente con paterno amor por el género humano.
La Virgen es instrumento privilegiado en las manos de Dios para hacernos experimentar su Providencia divina. A través de Ella experimentamos el amor infinito de Dios con rasgos de ternura maternal.
Dios y María cuidan de cada uno de nosotros. Así también hemos de velar los unos por los otros. Hemos de cuidar con amor a nuestros hermanos, a todos, pero especialmente a los que más lo necesitan debido a las diversas circunstancias y trances por los que estén pasando en su vida.
Cuidar la creación que es obra de las manos de Dios, y cuidar de nuestros hermanos.
Pidamos a nuestra Madre que infunda en nuestro corazón estas dos gracias tan importantes para que vivamos como auténticos discípulos de Cristo y como verdaderos hijos de Dios.
Fruto: La gratuidad y el cuidado de la creación y de nuestros hermanos.
P. Manuel María de Jesús
MES DE MAYO, MES DE MARÍA, EN EL AÑO DE LA FE (31). Adorar a Dios como María
INVOCACIONES INICIALES
Te saludamos, María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Tú eres templo y sagrario de la Santísima Trinidad. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
Te saludamos, María, Virgen antes, durante y después del parto, siempre santa e inmaculada, Madre de Jesús, el Hijo de Dios, y Madre de todos los hombres. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
Te saludamos, María, Reina de cielos y tierra, Reina y Madre nuestra, Corredentora y Mediadora de todas las gracias. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
BREVE REFLEXIÓN
Adorar a Dios como María
La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).
Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
Catecismo de la Iglesia Católica, 2096-2097
ORACIÓN FINAL
De la imitación de María, Tomas de Kempis
Muéstrame, pues, a Jesús, y ya no necesito ver ninguna otra cosa. No pido ni deseo otro aliciente fuera de Jesús, tu Hijo, mi refugio particular, tu único gozo. Oh mi Señora, Santa María, ardo en deseos de ver a Jesús, a quien tú amas antes de todo y por encima de las demás cosas. Mi corazón desea a Jesús, mi afecto invoca a Jesús.
VIRGEN FIEL
Gerbera
Mes de mayo
Día 30
Fiel es aquella persona sobre "la que puedes apoyarte". Fiel es la persona "digna de confianza", "la que permanece", aquella en la que encuentras "ayuda".
La Historia de la Salvación evidencia la fidelidad de Dios para con el género humano. Dios se revela como el Dios de la Alianza que permanece siempre fiel a su pueblo elegido, aún cuando su pueblo le responde con la infidelidad.
"Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo" (2 Tim 2, 11-13)
Dios permanece siempre fiel porque Dios es Amor y no puede negarse a sí mismo. La fidelidad es el sello de contraste que garantiza la verdad del amor.
El Señor encontró en María una criatura enteramente fiel a su amor. Tan digna de confianza como para encomendarle a su propio Hijo y encomedarle la misión materna sobre su Iglesia y sobre el mundo entero.
Dios se apoyó en el Sí de María para llevar a cabo su obra redentora, el plan de salvación trazado desde antiguo. Quiso y pudo apoyarse en Ella porque conocía la pureza de su corazón, la verdad del Sí pronunciado con el que aceptaba todas las consecuencias.
El sello de contraste de la fidelidad y del amor de María a Dios se manifiesta en toda su grandeza y profundidad cuando la vemos plantada como árbol vigoroso a los pies de la Cruz de su Hijo.
María es la Mujer, la Madre que "siempre permanece".
María permanece siempre disponible a la voluntad de Dios sobre Ella.
Permanece siempre al servicio de su Hijo.
María permanece al lado de Jesús, ofreciendo su apoyo maternal, cuando el Hijo es incomprendido y rechazado.
María permanece junto a Jesús cuando los demás lo abandonan.
Ella permanece siempre, en todo momento.
María permanece activamente al lado de la Iglesia naciente a la espera del envío del Espíritu Paráclito. En torno a Ella se fragua la unidad de los Apóstoles y de los discípulos del Maestro.
María permanece después de la Crucifixión, de la Resurrección y de la Ascensión de Jesús a los Cielos. Y porque la Madre permanece, permanecen la fe y la esperanza de sus hijos.
¡Qué importante para nosotros esta fidelidad de Dios! ¡Qué importante y consoladora es esta verdad de la fidelidad de María!
En Dios y en nuestra Madre siempre encontraremos el apoyo que necesitamos cuando el suelo parece abrirse debajo de nuestros pies.
En ellos encontraremos apoyo cuando las fuerzas nos abandonen.
El Señor y Maria siempre permanecerán junto a nosotros cuando nos sintamos abandonados o rechazados. ¡Jesús y María permanecen siempre a nuestro lado!
Jamás hemos de dudar en acudir a Jesús y a María en busca de la ayuda que necesitamos. Jamás debiéramos dejar de confiar en ellos. ¡Confiar siempre! ¡Confiar hasta el fin en Jesús y en María! ¡Confiar en la fidelidad de su amor por nosotros!
Aprendamos de nuestra Madre esta virtud de la fidelidad para que nuestro amor a Dios y al prójimo sea un amor verdadero y auténtico. Contemplando a María aprendemos que la fidelidad no es virtud para momentos puntuales o situaciones extremas.
¡La fidelidad no se improvisa!
El corazón fiel se va haciendo paso a paso, día a día, con la ayuda de la gracia de Dios y con la lucha personal.
Un corazón fiel es fruto de un amor que se renueva a cada instante y que va a apostando por la fidelidad en cada una de las cosas más sencillas y ordinarias del día a día. Así nos lo enseña Jesús cuando dice: "El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho. Y el que es injusto en lo poco, lo es también en lo mucho" (Lc 16, 10)
El camino de la fidelidad, al igual que el camino de la santidad, se va recorriendo paso a paso.
"Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! El es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones" (Jer 17, 5-10).
Hemos de velar de continuo sobre nuestro corazón para que la infidelidad no eche raíces en nosotros.
Pidamos a María la gracia de la fidelidad y la fortaleza para que se vaya arraigando en nuestro corazón siendo fieles a Dios, a nuestra conciencia y al prójimo en todas y cada una de las acciones y decisiones del día a día.
Fruto: La fidelidad en las cosas pequeñas
P. Manuel María de Jesús
MES DE MAYO, MES DE MARÍA, EN EL AÑO DE LA FE (30). María, mujer de las bienaventuranzas
INVOCACIONES INICIALES
Te saludamos, María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Tú eres templo y sagrario de la Santísima Trinidad. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
Te saludamos, María, Virgen antes, durante y después del parto, siempre santa e inmaculada, Madre de Jesús, el Hijo de Dios, y Madre de todos los hombres. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
Te saludamos, María, Reina de cielos y tierra, Reina y Madre nuestra, Corredentora y Mediadora de todas las gracias. ¡Bendita tú que has creído! Avemaría.
BREVE REFLEXIÓN.
María, mujer de las bienaventuranzas
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.
Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer: «Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4). «¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20, 29). «Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15).
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1717-1719
ORACIÓN FINAL
De la imitación de María, Tomas de Kempis
"Clementísima Madre de Dios, Virgen María, Reina del cielo, Señora del mundo, alegría de los santos, aliento de los que delinquen, escucha los gemidos de los pecadores arrepentidos; atiende los deseos de los devotos; socorre las necesidades de los enfermos; reanima el corazón de los atribulados; asiste a los agonizantes; protege a tus suplicantes servidores de los asaltos de los demonios; lleva contigo a los que te aman al premio de la eterna bienaventuranza, donde con tu amadísimo Hijo Jesucristo reinas con felicidad por siempre. Amén".
Sem comentários:
Enviar um comentário