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quinta-feira, 14 de abril de 2016

BEATOS FRANCISCO Y JACINTA



Novena a los Beatos Francisco y Jacinta de Fátima

Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Os adoro profundamente con todas las fuerzas de mi alma
y Os agradezco de todo corazón por las apariciones de la
Santísima Virgen en Fátima a través de las cuales se manifestaron en el mundo los tesoros del Inmaculado Corazón.
Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y a través de la intercesión del Inmaculado Corazón, os imploramos, si es para vuestra mayor gloria y el bien de las almas, que eleven ante la Santa Iglesia a los beatos Jacinta y Francisco, alcanzándonos por su intercesión la gracia que ahora os imploramos.
Amén
Padre Nuestro, Ave María, Gloria.
Nuestra Señora de Fátima... Ruega por nosotros
Beata Jacinta Marto... Ruega por nosotros
Beato Francisco Marto.... Ruega por nosotros
LETANÍAS DE FRANCISCO Y JACINTA
Señor, ten piedad de nosotros 
Cristo, ten piedad de nosotros 
Señor, ten piedad de nosotros 

Dios Padre, Creador del mundo, ten piedad de nosotros 
Dios Hijo, Redentor de los hombres, ten piedad de nosotros 
Dios Espíritu Santo, Perfección de los elegidos, ten piedad de nosotros 

Santa María, Madre de Dios, rogad por nosotros 
Nuestra Señora del Rosario, rogad por nosotros 
Corazón Inmaculado de María, rogad por nosotros 

Francisco y Jacinta, niños bendecidos por Dios,
Niños tan queridos del Corazón de Nuestra Señora, 
Niños tan queridos de todos nosotros,... 

Pastorcitos maravillados por la creación, 
Pastorcitos admirando el cielo estrellado, 
Pastorcitos acariciando los corderitos blancos,... 
Pastorcitos de mirada limpia,...
Pastorcitos de sonrisa angelical,... 
Pastorcitos de alma cristalina,...

Corazones apasionados de la belleza, 
Corazones hambrientos de la verdad, 
Corazones desbordantes de amor,...

Pasmosas maravillas de oraciones,... 
Fuentes desbordantes de sacrificios,... 
Ofrecimientos totales prontos para el martirio,

Francisco, tu pacífico y contemplativo ruega por nosotros
Tú consolador de Dios,...
Tú que haz fallecido sonriendo,

Jacinta, tú fiel aliada del Santo Padre,
Tú apóstol del Corazón Inmaculado de María,... 
Tú amiga de los pecadores,...

Vosotros dos, compañeros de los ángeles rogad por nosotros
Confidentes de Nuestra Señora,... 
Testimonios vivos de Su Mensaje,
Vosotros, apasionados de Dios,... 

Vigías al lado de Jesús escondido, 
Adoradores de la Santísima Trinidad,... 
Estrellas de luz para la humanidad,... 
Zarzas ardientes del Altísimo,...
Llamaradas de amor hacia la eternidad,

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros, Señor

Oremos.

Dios que haz concedido a nuestros dos Pastorcitos volverse dos pequeñas zarzas ardientes, tan inflamados de amor por el Santo Padre y por los pecadores como abrasados de amor hacia Nuestra Señora y Jesús escondido, haced que nos volvamos otros Franciscos y otras Jacintas, para que por nuestra parte ardamos del mismo amor y con ellos nosotros nos encontremos todos juntos en el Cielo a los pies de Nuestra Señora para adorar a la Santísima Trinidad. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén  

BEATOS FRANCISCO Y JACINTA MARTO


La Espiritualidad de Jacinta
"Amar como Jacinta"
Si miramos a Jacinta antes de las apariciones de la Virgen es fácil poder contemplar la transformación que ocurrió en su vida a partir de éstas. Transformación que iba en aumento después de cada aparición y que llegó a su punto culminante en la última parte de su vida.
Jacinta tenía un gran amor por el baile y vibraba ante el sonido de la música. Le gustaba recoger flores silvestres cuando iba a Loca de Cabeso, las cuales le entregaba a su prima Lucía. Algunas veces tomaba en sus brazos a una pequeña ovejita, en imitación del Señor, el Buen Pastor, que buscaba la oveja perdida.
El padre José Galamba de Oliveira (Canon), quien era el Presidente Diocesano de la Comisión para la causa de Jacinta y Francisco Marto entrevistó a Sor Lucía sobre el carácter de Jacinta.
El le preguntó: "Qué sentían las personas cuando estaban en compañía de Jacinta?"
Sor Lucía contestó:" Yo solo puedo decirle lo que yo sentía cuando estaba en su compañía, y puedo describirle cualquier manifestación externa de los sentimientos de otras personas. Lo que yo sentía usualmente es lo que se sentiría en la presencia de una persona santa que se comunicaba con Dios en todo momento. Su comportamiento era siempre serio, modesto y amable. Ella parecía manifestar la presencia de Dios en todas sus acciones, como una persona de edad y virtud avanzada y no como una niña. Nunca observé en ella esa excesiva frivolidad o entusiasmo infantil por los juegos y las cosas bonitas común en los niños, esto es, después de las apariciones. Antes de las apariciones, sin embargo, era la personificación del entusiasmo y del capricho."
Sor Lucía también dice que la compañía de su prima se le hacía a veces bastante antipática porque era muy susceptible y caprichosa. La menor contrariedad en el juego era suficiente para enfadarse y ponerse de lado. Para que volviese al juego era necesario dejarle escoger a su gusto y que todos se sometiesen a lo que ella quería. Después de las apariciones, como lo dijo la misma Sor Lucía, todo esto desaparece. Jacinta cambia completamente.
Y continua diciendo Sor Lucía: " No puedo decir que otros niños corrían tras de ella como lo hacían conmigo, quizás esto se debía a que ella no sabía canciones ni historias para enseñarles y para entretenerles, o quizás por que la seriedad de su comportamiento era superior a la de su edad. (muchos coinciden en decir que actuaba como una niña más madura). Si algún niño o adulto decían o hacían algo en su presencia que no estaba totalmente correcto, ella les reprobaba diciéndoles que no hicieran eso que ofendía a Dios, quien estaba ya demasiado ofendido."
Sor Lucía dijo una vez que: "pensaba que Jacinta fue la que recibió de Nuestra Señora una mayor abundancia de gracia, y un mejor conocimiento de Dios y de la virtud."
Muchos sentían reverencia en su presencia y esto denota la profundidad y el carácter que se desarrolló en ella después de las apariciones. Todo ese capricho y susceptibilidad desapareció, toda esa energía la volcó en orar y sacrificarse por los pecadores, por su conversión.
A la pregunta:"¿Cómo es que Jacinta, tan pequeña como era, se dejó poseer por ese espíritu de mortificación y penitencia y lo comprendió tan perfectamente?"
Sor Lucía respondió: "Pienso que la razón es lo siguiente: primero que Dios quiso derramar en ella una gracia especial, a través del Inmaculado Corazón de María y, segundo, fue porque ella vio el infierno, y vio la ruina de las almas que caen en él".
De todo el mensaje de Fátima el elemento que más impresionó a Jacinta fue la visión de las consecuencias del pecado, en la ofensa a Dios y en los castigos de los condenados del infierno.
Amor a los pecadores:
A partir de esta visión del infierno Jacinta se manifestó la más preocupada con la suerte de las almas condenadas al infierno, procurando hacer todos los sacrificios posibles para evitar que otras almas cayesen en el abismo de la condenación.
Decía Sor Lucía: "Jacinta tomó la misión de hacer sacrificios por la conversión de los pecadores tan seriamente en su corazón, que nunca permitió que se le escapara una sola oportunidad... la sed de Jacinta por hacer sacrificios parecía insaciable."
Con una delicada sensibilidad, Jacinta quedó llena de pena por esas pobres almas caídas en la perdición. "Con frecuencia se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa, comenzaba a decir: "¡El infierno, el infierno!"
Acostumbraba retirarse, y permanecía mucho tiempo, de rodillas, rezando por aquellos que se encontrasen en mayor peligro de condenación. Llamaba a Lucía y a Francisco y les preguntaba:
"¿Estáis rezando conmigo?", y añadía "es necesario rezar mucho para librar las almas del infierno... ¡qué pena tengo de los pecadores! ¡si yo pudiese mostrarles el infierno!"
Y le decía a Lucía: "Yo voy al cielo, pero tú que quedas aquí, si te permite nuestra Señora, di a la gente cómo es el infierno para que no cometan más pecados y no vayan para allá."
Aún después de estar enferma, que eventualmente terminó en su muerte, ella se bajaba de la cama, se postraba con la cabeza hacia el suelo y oraba como el Ángel les había enseñado por la gloria de Dios, a Jesús en los Tabernáculos del mundo, en reparación por las ofensas, sacrilegios e indiferencia por los que Dios era ofendido y para rogar por la conversión de los pobres pecadores. Finalmente un sacerdote tuvo que decirle que podía hacer la oración en la cama, ya que muchas veces ella se caía cuando se postraba en el piso por la debilidad.
Jacinta se mortificaba dejando de comer y dándole la comida a los pobres, ella decía: "ofrezco este sacrificio por los pecadores que comen demasiado".
También hacía el sacrificio de beber agua sucia y en el mes de agosto dejaba de tomar agua durante todo el mes. Como forma de penitencia ella y su hermano usaban una cuerda amarrada a la cintura.
Por los pecadores aceptó la enfermedad, los alimentos y las medicinas que en esas circunstancias más le repugnaban.
Ella ofreció el sacrificio de ser separada de sus familiares y compañeros e ir al hospital, lejos de su casa y finalmente el sacrificio de morir sola, como le había dicho la Santísima Virgen.
Sor Lucía escribe lo que Jacinta le dijo: "Nuestra Señora me ha dicho que voy a Lisboa, a otro hospital, que no te volveré a ver más ni a mis padres. Que, después de sufrir mucho moriré sola; pero que no tenga miedo; que Ella me irá a buscar para llevarme al Cielo." y abrazando a Lucía le dijo: "Nunca más volveré a verte; tú no irás a visitarme allí. ¡Oye! reza mucho por mí, que moriré sólita".
Amor a Jesús Crucificado y a la Eucaristía:
Ella estaba constantemente en una profunda contemplación de Dios, en un coloquio íntimo con Él. Buscaba el silencio y la soledad, y de noche se levantaba de la cama para expresarle su amor al Señor con mayor libertad.
Ella decía: "¡Amo tanto a Dios! En algunos momentos, me parece que tengo un fuego en mi corazón, pero no me quema!"
Contemplaba con amor a Cristo crucificado y lloraba siempre que escuchaba el relato de la Pasión de Cristo.
Al mismo tiempo alimentó en su corazón una ardiente devoción por Jesús en la Eucaristía, a quien visitaba con frecuencia y por largo tiempo en la parroquia, escondiéndose en el púlpito donde nadie la podía ver. Anhelaba recibir el Cuerpo de Cristo, pero no se le era permitido por su edad.
Su amor por la Eucaristía se manifestaba en su participación en la Misa diariamente por la conversión de los pecadores, después que se enfermó. También cuando instruía a las enfermeras a arrodillarse frente a "Jesús escondido", en el tabernáculo en reparación; pidiendo en ocasiones que le movieran la cama cerca del balcón para poder ver el tabernáculo de la capilla del hospital.
Sin duda alguna Jacinta recibió grandes gracias por sus comuniones espirituales.
Su amor al Inmaculado Corazón:
Jacinta veneraba a la Santísima Virgen con un amor tierno, filial y gozoso, respondiendo constantemente a sus palabras y deseos; honrándola muchas veces por el rezo del Santo Rosario y de jaculatorias en honor a la Virgen. De las jaculatorias que mas le gustaba repetir era: "Dulce Corazón de María, sed la salvación mía".
La Santísima Virgen se convirtió en su directora espiritual, y bajo su dirección maternal Jacinta se convirtió en una mística.
Como no podía recibir la Comunión en reparación, como lo había pedido la Virgen ella exclamaba: "¡Tengo tanta pena de no poder comulgar e reparación de los pecados que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María!"
Ofrecía lo que le era posible: oraciones y sacrificios. Especialmente, durante su enfermedad le manifestaba a Lucía: "Sufro mucho, pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para reparar al Corazón Inmaculado de María."
"Jacinta es una carta de la Santísima Virgen". En el 25 aniversario de Fátima, el cardenal Prelado de Lisboa dijo estas palabras:
"...San Pablo dice que los Cristianos son una de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo (cf. 2 Cor 3:1-3). Imitando a San Pablo, podemos decir que Jacinta es una carta de la Virgen Santísima, para ser leída por las almas. Mucho mejor que las palabras, la vida de Jacinta nos enseña lo que la Virgen vino a hacer a Fátima y lo que Ella quiere de nosotros." Y verdaderamente estas palabras son muy ciertas, contemplando la vida de Jacinta vemos que ella "personificó" el mensaje de la Virgen. Toda su vida es un perfecto resumen de los que María santísima pidió en Fátima y nos sigue pidiendo a cada uno de nosotros. Podríamos decir que la vida de Jacinta es como la "llave" que nos abre el mensaje del Inmaculado Corazón.
Su amor al Papa:
Después de la visión del infierno y del anuncio del fin de la guerra, la Virgen les da a conocer las características de los castigos que habían de seguirse si no se hacía lo que Ella pedía, las palabras de la Virgen fueron:
"Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre...El Santo Padre tendrá mucho que sufrir..."
Esto fue lo que la Virgen les dijo a los pastorcitos en la tercera aparición. Más adelante, Jacinta recibió dos revelaciones personales que Sor Lucía contó de la siguiente manera:
-"Un día...me llamó Jacinta. ¿No has visto al Santo Padre?
-No.
-"No sé cómo fue. Vi al Santo Padre en una casa muy grande, de rodillas delante de una mesa, con las manos en la cara llorando. Afuera había mucha gente, unos le tiraban piedras, otros le maldecían y le decían muchas palabras feas. ¡Pobrecito el Santo Padre!. Tenemos que rezar mucho por él!"
En otra ocasión me llama Jacinta: -"¿No ves tantas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada que comer? ¿Y el santo Padre en una Iglesia rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?"
Estas palabras pudieran referirse a los sufrimientos de Benedicto XV, durante la primera guerra mundial, y a Pío XII durante la segunda. Pero estos sufrimientos continúan con Pablo VI y sus sucesores.
Por esta razón la pequeña Jacinta ofrecía oraciones y sacrificios por el Santo Padre y tenía un deseo muy grande de que el Papa fuera a Fátima. Esto se cumplió después de su muerte.
Jacinta dijo un día a Lucía: "Yo, en el cielo, voy a pedir mucho por ti, por el Santo Padre, por Portugal para que la guerra no venga aquí y por todos los sacerdotes."
Mientras las fuerzas de su cuerpo iban decayendo por la enfermedad, su alma se fue embelleciendo según iban pasando los días, a través del resuelto, constante y gozoso ejercicio de la virtud Cristiana. Su abandono a la voluntad de Dios fue completo.
Tres días antes de morir, la Santísima Virgen la visitó, y le prometió que iba a venir a buscarla y le quitó todos los dolores.
El 20 de febrero de 1920, fue el día que le anunció la Virgen que ella moriría; sabiendo esto pidió que viniera el sacerdote. Recibió el sacramento de la confesión pero, como el sacerdote no la veía tan mal le dijo que le daría el viático al día siguiente. Jacinta sabía que no llegaría al día siguiente y aceptó el no poder recibir a Jesús en la Eucaristía. Esa noche a las 10:30 P.M. la Santísima Virgen vino a buscar a su fiel discípula y amante de su Inmaculado Corazón y amiga de los pecadores.
La enfermera Nadeja Silvestre dijo al contemplar el cuerpo inmóvil de Jacinta: "no parecía ser la misma niña; se transformó en radiante y preciosa".
Cuando la Madre Gohdino hacía vigilia junto al féretro de Jacinta se fijó en la pequeña lámpara que brillaba a su lado. Quedó sorprendida al ver como la lámpara ardía tan brillantemente y no tenía nada de aceite.
El cuerpo de Jacinta, que por su enfermedad y por las heridas de su cuerpo no despedía un olor agradable antes de morir, después que murió despedía un perfume suave.
Cuando su cuerpo fue llevado a la Iglesia de Lisboa, las campanas comenzaron a tocar sin que nadie las estuviese moviendo y con la puerta cerrada. Una vez Jacinta dijo que había escuchado a los ángeles cantar, pero que ellos no cantaban como los hombres. Y es muy probable que hayan sido los ángeles los que hayan tocado las campanas de la Iglesia dándole la bienvenida a la que entregó toda su corta vida cumpliendo los designios del Corazón de Jesús a través del Corazón de María.
El 12 de septiembre de 1932, el cuerpo de Jacinta fue exhumado por primera vez y se halló incorrupto. Su padre al ver el rostro de su hija dijo que el ver el cuerpo de su hija era "como estar viendo a una persona que había crecido, y que uno la conocía cuando estaba joven."
En la segunda exhumación que ocurrió en 1951, un testigo ocular dijo:
"La expresión del rostro de Jacinta era de una santa paz, y todos los que la vieron no podían evitar tener el sentido de que habían sido privilegiados de haber tenido este gran favor."
Al despedirse de Lucía, Jacinta le dijo estas palabras que nos dice a todos hoy:
"Ya falta poco para irme al cielo. Tú quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón de María, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro del pecho,  que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María.."
La Espiritualidad de Francisco
"Contemplar como Francisco"
La espiritualidad de Francisco Marto es completamente diferente a la de su hermana Jacinta y pudiese ser un poco más difícil de analizar que la de ella. Y hay una buena razón para esto, el mensaje de Jacinta de amar, orar y sacrificarse para salvar las almas de ir al infierno. Se presenta con gran claridad y fuerza. La espiritualidad de Francisco es especialmente de contemplación.
En el momento de las apariciones contaba con 9 años, era dos años mayor que Jacinta y un año más joven que Lucía.
Dentro del grupo de los tres aparece siempre de último, a pesar de ser niño, quizás por su temperamento retraído y tímido. Tenía un carácter dócil y abrazó en su corazón todo lo que sus padres les enseñaron. Fue en su hogar donde comenzó a conocer a Dios, a orar y participar de las funciones en la Parroquia; a ayudar a los vecinos que se encontrasen en necesidad, a ser sincero, obediente y diligente.
Con regularidad asistía a las clases de catecismo que se daban en la Parroquia o las que daba su tía María Rosa dos Santos, la mamá de Sor Lucía.
Vivía en paz con todo el mundo, tanto con los adultos como con los niños de su propia edad. No se irritaba cuando le contradecían, y cuando jugaba no tenía dificultad ninguna en adaptarse a la voluntad de los demás.
Era muy sensible a las bellezas de la naturaleza, la cual él contemplaba con simplicidad y admiración. Se deleitaba en la soledad de las montañas y permanecía admirado de la belleza de la salida del sol y de la puesta del sol. Él le llamaba al sol "la lámpara del Señor" y a las estrellas "las lámparas de los ángeles." Era tal su inocencia que decía que cuando él fuera al cielo le iba a poner aceite a la lámpara de la Virgen.
Su padre decía de él: "´Él era más valiente que Jacinta. Algunas veces no tenía mucha paciencia. Francisco no era cobarde. Salía de noche, solo en la oscuridad, sin ninguna señal de temor. Jugaba con lagartijas y con culebras... y sin miedo cazaba zorras y otros animales."
Francisco no nació siendo contemplativo, su padre recuerda que una o dos veces rehusó decir sus oraciones porque estaba teniendo un momento de rebeldía. Recordamos también que fue Francisco el que les quería enseñar a Jacinta y a Lucía la forma rápida de rezar el Rosario diciendo sólo la primera parte de cada oración, sin embargo después de las apariciones vemos que Francisco se convierte en aquel que siempre está rezando el Rosario.
Él pudo haber sido el que encabezara el grupo de los videntes, sin embargo es el último. Por designios misteriosos de Dios, parece también el menos protegido por la gracia: Lucía ve a Nuestra Señora y habla con Ella; Jacinta, ve, oye, pero no habla, Francisco solamente ve, no oye ni habla con la Virgen (por esto tendrá que creer lo que su prima uy su hermana le comunican).
Cuando ocurrió la primera aparición de la Virgen vemos que a Lucía y a Jacinta se les promete inmediatamente el cielo, sin embargo a Francisco se le pone una condición: "...tiene que rezar muchos Rosarios"
Quizás la Virgen hizo esto porque era un poco perezoso para la oración, sin embargo los designios de Dios permitieron que esto fuera de esta forma ya que esta condición impuesta por Nuestra Señora introdujo a Francisco en una profunda vida de oración, y no ser meramente un repetidor del Santo Rosario sino más bien, un "contemplador de sus misterios."
Esta situación aparente de estar en segundo plano, al lado de sus compañeras; esta aparente depreciación en el trato de la Virgen se ve recompensada por una gracia interior inmensa. La gracia de comprender el dolor del Señor a causa de los pecados de los hombres y la entrega total y generosa de su vida para consolar al Señor, al que vio tan triste.
Francisco decía:" ¡Que bello es Dios, que bello! pero Él está triste por los pecados de los hombres. Yo quiero consolarle, quiero sufrir por amor a Él."
El deseo de su vida era consolar al Señor:
Este deseo de consolar al Señor ofendido es la marca de la espiritualidad de Francisco como lo vemos en los siguientes episodios:
Lucía le preguntó a Francisco un día que era lo que él prefería, consolar al Señor o convertir pecadores para prevenir que más almas cayeran en el infierno. Francisco no dudó en ningún momento y le respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿ No te acuerdas el mes pasado como nuestra Señora se puso tan triste cuando nos pidió que no ofendiéramos al Señor, que ya estaba bastante ofendido? Yo quiero consolar al Señor, y después convertir pecadores para que ellos no le ofendan más con sus pecados."
Un día en el que Francisco estaba retirado, Lucía le preguntó qué estaba haciendo y Francisco le respondió: "Estaba pensando que Dios está muy triste por causa de los muchos pecados. ¡Si yo lo pudiese consolar!..."
Otro día, cuando ya estaba enfermo, Jacinta y Lucía fueron a su cuarto, y él les pidió que por favor no hablaran mucho porque tenía un gran dolor de cabeza. Jacinta le dijo que no se olvidara de ofrecerlo al Señor por los pecadores. Él le respondió: "Sí, pero primero lo estoy ofreciendo para consolar al Señor y a la Virgen, y después por los pecadores y el Santo Padre"
En el momento de su muerte, Lucía le da recados para el Cielo: "No te olvides allá de pedir por los pecadores, por el Santo Padre, por mí y por Jacinta.
Sí, pediré, respondió él, y añadió: pero mira, esas cosas pídelas antes a Jacinta, que yo tengo miedo de olvidarme cuando llegue junto al Señor. Lo que quiero es consolarlo."
Todos estos ejemplos nos enseñan ese deseo insaciable de Francisco de orar y consolar al Señor.
Francisco buscaba el silencio y la soledad para poder adentrarse por completo en contemplación y diálogo con Dios.
Su amor por Jesús en la Eucaristía era inmenso, él le llamaba a la Sagrada Hostia "Jesús escondido." Iba a Misa diariamente cuando le era posible y en las fiestas especiales.
Pasaba largas horas en la Iglesia adorando a Jesús en la Eucaristía, haciéndole compañía y consolándolo por todas las ofensas que recibía. En él la oración que les enseño el Ángel se convirtió en vida: "Yo creo, adoro, espero y te amo y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman."
Cuando sus padres comenzaron a mandarlo a la escuela en Boleiros, sabiendo él que iría muy pronto al Cielo, muchas veces no iba a la escuela sino más bien se quedaba en la Iglesia y le decía a Lucía: "Tú ve a la escuela mientras yo me quedo aquí en la Iglesia. No vale la pena que aprenda a leer si voy pronto al Cielo. Llámame cuando vengas de regreso." Francisco se quedaba en la Iglesia todo el tiempo que duraba la escuela. Se iba al altar, delante de Jesús escondido en el Tabernáculo. Ponía sus manos en el altar y arrodillándose adoraba a su Señor y Dios realmente presente. Allí el consolaba a su Señor y allí mismo le encontraba Lucía cuando venía de regreso de la escuela.
Francisco rezaba los quince misterios del Santo Rosario diariamente, y muchos más a parte de estos, en orden a cumplir el deseo de la Virgen.
Además le gustaba añadir jaculatorias que aprendía en las clases de catecismo y las que el ángel, la Virgen y sacerdotes le enseñaban.
Él oraba a solas, con su familia y con los peregrinos, manifestando una recolección interior profunda y una confianza segura en la bondad divina.
Francisco mortificó su carácter y su voluntad, sobreponiéndose a la fatiga, negándose a sí mismo la comida para poder dársela a los pobres; no tomando agua por días completos, especialmente en los meses más calientes; ayunando durante la Cuaresma; usando una cuerda, como su hermana Jacinta, como penitencia; renunciando a sus juegos favoritos para dedicar más tiempo a la oración.
No perdía la ocasión para unirse a la pasión de Cristo y cooperando de esta manera a la salvación de las almas y al crecimiento de la Iglesia.
Con gran firmeza de espíritu y gran fortaleza soportó las injurias, las interpretaciones maliciosas, las persecuciones, hasta la cárcel. Cuando le amenazaban con matarle él decía: "Si nos matan iremos pronto al Cielo. Nada más importa."
Se mantuvo siempre humilde y simple. Continuó haciendo todas sus tareas diarias, obedeciendo a sus padres y era atento con todos. Era paciente con los curiosos, recibiendo a todos los peregrinos. Era humanitario con los impíos y misericordioso con los que le pedían que orara por sus intenciones.
Tenía una total indiferencia hacia los bienes terrenales y por su propia vida y salud. Como le había sido comunicado por la Virgen que su vida sería breve, pasaba los días en ardiente expectación de entrar en el Cielo.
El día 4 de abril de 1919, Francisco fue el primero en ir al Cielo, como lo había prometido la Virgen. Aquel que no escuchó y no habló con la Virgen fue el primero en alcanzar la meta que tanto anhelaban.
La vida de Francisco nos reta a cada uno de nosotros a examinarnos en el amor al Señor.
El mensaje de Fátima fue vivido primeramente por aquellos niños que hoy se convierten en ejemplo para toda la Iglesia, para cada fiel y para todo el mundo.
Pidamos su intercesión para que podamos alcanzar como ellos el Cielo y no escatimemos nada aquí en la tierra para poder alcanzarlo.
Fuente: http://www.lovecrucified.com/

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